Las Diez de Ultimas

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Javier Krahe A estas alturas, cada nuevo disco del cantautor madrileño Javier Krahe, supone un motivo más de celebración para la incansable parroquia de incondicionales que le sigue. Un aguerrido grupo que acompaña a este artista desde que, hace casi tres décadas, se diera a conocer en compañía de otros dos compinches célebres: Joaquín Sabina y Alberto Pérez, en las sesiones golfas de aquel ‘café cantante’ llamado ‘La Mándragora’ que quedó inmortalizado para siempre en un celebrado disco de este singular trío.

Desde aquellos lejanos tiempos hasta este ‘Las Diez de Últimas’ del que nos toca hablar hoy ha llovido mucho. Para bien y para mal. Y la suerte ha sido dispar para los protagonistas de aquella historia. Sabina logró convertirse en un mito viviente y en un artista ‘multivendedor’ y adorado por las masas, Pérez desapareció del mapa y en cambio, Krahe, siempre en los bordes justos de lo minoritario, con un perfil casi de artista de culto, pero reconocible y reconocido a la vez, ha conseguido mantener una carrera interesante y coherente, fuera de los circuitos del éxito masivo y los grandes escenarios.

Una carencia que no ha evitado que el prestigio de este bardo único e irrepetible haya crecido año tras años, que sus actuaciones habituales en locales madrileños de tamaño medio como Galileo Galilei o el Café Central cuelguen siempre el cartel de ‘no hay billetes’, o que sus últimos discos -que presenta acompañados por un libro de regalo, en este caso ‘El derecho a la pereza’ del yerno de Carlos Marx, Paul Lafargue-, hayan conseguido entrar en la listas de ventas españolas, ahora que sólo quien cuenta con afición propia puede presumir de seguir vendiendo ‘cedés’ en las tiendas y los conciertos.

Además, al contrario de lo que ha sucedido con otros artistas de su quinta cuyos mejores momentos pasaron ya, Krahe parece ahora más en forma que nunca, beneficiado quizá por esa moderada exposición a los focos de la que hablábamos antes y también por la excelencia del grupo de grandes músicos que le acompaña casi desde el principio de su carrera. Una banda de leales que suena cada vez mejor y le tiene absolutamente cogido el ‘punto’ a las melodías características de un artista con la musicalidad justa y unas canciones en las que manda, sobre todo, la sana ironía de sus letras inteligentes y peculiares. Sin duda, lo más destacado de su reconocida oferta.

Y justamente eso es lo que encontramos en este ‘Las diez de últimas’ que Krahe acaba de lanzar al mercado. Un album producido por el saxofonista y flautista Andreas Prittwittz, con la ayuda del guitarrista Javier López de Guereña, y en el que, por supuesto, participan también el bajista Fernando Anguita y el percusionista Wally Fraza, sus otros compañeros de directo. Están claro, esos textos marca de la casa que todos esperamos encontrar y también esos acompañamientos musicales, inteligentes y variados, que jamás le roban el protagonismo a las historias que se cuentan en los temas, pero que no se limitan sólo a vestirlos. También contribuyen a darle un interés adicional a estos cuentos de amor y desamor.

Son diez canciones con múltiples lecturas, donde el artista, un tanto más ‘crepuscular’ que en otras ocasiones, disecciona de muy distintas formas, sus relaciones con el sexo femenino, un asunto particularmente interesante y poliédrico que aborda desde varios puntos de vista, aunque sin perder jamás el buen humor ni la capacidad de reírse de si mismo. Aquí, la memoria es importante, aunque Krahe, como hace en ‘Mariví’, el segundo tema del disco, tenga que admitir que su capacidad de recordar no es la que era y recurra a las antiguas amantes cuyos nombres y atributos ahora confunde para que le ayuden a completar el relato.

Krahe no decepciona a los suyos y hasta ha sido capaz de abordar sus recientes problemas judiciales en la canción ‘Fuera de la Grey’ donde ‘culpabiliza’ a sus amadas mujeres de esa desafección temprana por las capillas y las sacristías que casi le cuesta muy cara por culpa de un viejo documental irreverente que molestó a ciertos colectivos ultracatólicos.

El disco ofrece unos cuantos bocados apetecibles más. Sin ir más lejos, la primera canción ‘Agua de la Fuente’, mi favorita, por el momento. Donde la contemplación bucólica y pastoril de la naturaleza que realiza este poeta ocioso se ve interrumpida de repente por una inquietante presencia de pelo rubio que terminará por convertirse en la verdadera protagonista de la historia.

Aunque habrá quien prefiera ‘Grandes Rebajas’, que extiende tópico poético del ‘carpe diem’, hacia otras edades un poco más maduras de lo habitual donde también es cierto que no conviene perder demasiado el tiempo, a la par que Krahe se permite un par de disparos contra la institución del matrimonio a la que ya ha zarandeado en alguna otra ocasión. O ‘Tombuctú’ esa descreída descripción de una suerte de pacto de amor eterno, en el que los protagonistas, encuentran finalmente distintos acomodos, bastante lejos de los términos del compromiso previamente adquirido.

En definitiva, un buen álbum que permite volver a encontrarse con un ‘viejo amigo’ que sigue en plena forma y que, a pesar de lo que pensó más de uno por culpa de su título, no va a suponer, de momento, la obra final de Javier Krahe. De hecho, si la inspiración le acompaña como hasta ahora, el artista tiene pensado seguir en la brecha unos cuantos años más. Estamos seguros de que será para bien.

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