‘Sprinter’, un disco de Torres

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‘Sprinter’, un disco de Torres

Sprinter un disco de Torres

La cantautora de Georgia endurece su sonido en su nuevo álbum, más tormentoso y eléctrico que su antecesor. Se llama Mckenzie Scott. Pero se presenta en los escenarios con el nombre de Torres. Y, apenas cuenta, con 24 años. Hace un par de temporadas publicó un interesante disco de ‘neofolk’, o como quiera que se llame ahora ese estilo practicado por cantautores y cantautoras con guitarra acústica y aires ‘indies’. El álbum llamó la atención de la concurrencia. Sobre todo por la sinceridad con que se atrevía a abordar algunos temas escabrosos. Como su propia condición de hija adoptiva criada en el seno de una familia baptista.

Aunque esa sinceridad, curiosamente, se escondía tras algunos trucos de composición introducidos en la estructura de los temas, como el uso de puntos de vista distintos. A Mckenzie no parecía gustarle usar demasiado la primera persona del singular para abordar sus historias y, sin embargo, tampoco hacía demasiados esfuerzos para desligarse de ellas. ¿Una ambigüedad calculada? Si fue así, tuvo éxito, porque consiguió despertar la curiosidad extramusical sobre su persona y su personaje, algo que, sin duda, contribuyó a darle mayor difusión a su trabajo.

Ahora nos ha llegado la segunda entrega de sus aventuras. O lo que es lo mismo, este disco titulado ’Sprinter’ del que nos ocupamos hoy. E incluye algunos cambios sobre el guion previstos por sus incondicionales. Por ejemplo, una inmersión en el viejo rock alternativo de la década de los noventa del pasado siglo, casi en el ‘grunge’ en algunos momentos, que la emparenta con antecesoras lejanas y de sombra alargada como PJ Harvey, la atormentada cantautora británica que tantos caminos le abrió al rock femenino hace poco más de una década.

El parecido se acentúa algo más porque Torres ha grabado el disco en un estudio de la campiña inglesa y ha trabajado con dos colaboradores habituales de la veterana diva. El batería Rob Ellis, que aquí, además, ejerce de coproductor y arreglista, y el bajista Ian Oliver. Una poderosa sección de ritmo de colmillo retorcido, reforzada en este caso por Adrian Utley, el guitarrista de Portishead.

Comprenderán que con semejante alineación la solvencia instrumental estaba asegurada. Y alguna otra cosa más, por supuesto, como las atmósferas propicias para el desasosiego, los medio tiempos que se retuercen entre oleadas de distorsión, sucia y melódica a la vez y la potencia máxima de fuego posible cuando el momento lo requiere. En fin, los trajes perfectos, probablemente, para arropar las historias de rupturas, abandono, desamor y búsqueda de identidad que Scott ha seleccionado para incluir en el disco.

Porque, en cualquier caso, lo mismo que sucedía con su primer trabajo, lo fundamental en este disco de Torres son sus palabras. Y sus melodías. No es que Mckenzie destaque, en absoluto por la luminosidad de sus secuencias. Ni tampoco que estemos ante una autora con sensibilidad para el pop. O no todavía. Pero sí queda claro que la máxima preocupación de esta artista se concentra en lo que cuenta. Y que todo lo demás gira aquí alrededor de eso.

Quizá ese sea el motivo, por el que un disco en el que la presencia instrumental es tan determinante en los arreglos se inicia con una estrofa casi ‘a capella’ en la canción ‘Strange Hellos’, el primer single que ha sido elegido por la artista. Y termina con una larga letanía, casi una oración profana, de más de siete minutos, titulada ‘The Exchange’ en la el acompañamiento instrumental es tan leve, apenas unos toques de guitarra acústica, que casi podríamos calificarlo de inexistente.

Aun así, esa apuesta por la potencia ‘rockera’ a la que nos hemos referido antes y que algunos críticos relacionan con el impacto que suelen tener sobre las cantautoras de guitarra acústica las giras por tugurios oscuros, no ha gustado a todo el mundo. Para una porción considerable de sus viejos admiradores, este incremento de la dureza, lleva a Torres por caminos demasiado trillados que sin más, han despojado a su música de algunos rasgos personales que la convertían en única, hasta hacerla desaparecer entre el montón de jovenzuelos que parecen haber encontrado la luz oyendo discos de hace veinte años.

Pero si nos alejamos de tan infructuoso debate, como es lógico, nos queda la música desnuda. Y, con el máximo respeto posible, a los gustos de cada uno, que esos sí son personales e intransferibles, yo me atrevería a decir que ‘Sprinter’ es un buen álbum, con muchos matices y capaz de proporcionar sensaciones nuevas en cada escucha. Unas características que no abundan demasiado últimamente y que no suelen darse, precisamente, en los trabajos de la legión de imitadores de los sonidos noventeros de los que hablábamos en el párrafo anterior.

Es cierto que es un disco irregular, con algunos altibajos y que no siempre resulta fácil conectar con los problemas de identidad y las angustias vitales, con referencias al suicidio incluidas, que nos plantea esta artista a lo largo del álbum. También que su corta edad pone en riesgo la credibilidad de alguna de sus amargas diatribas. Al menos, desde el punto de vista de un oyente como yo, que ya lleva unos años en este mundo.

No obstante, los momentos intensos y brillantes de estos 45 minutos de música repartidos en nueve canciones, compensan de sobra esos inconvenientes. Hay medios tiempos oscuros e introspectivos, con las guitarras distorsionadas en la medida justa, que dejan flotando por el aire un ambiente agridulce plagado de belleza sonora, como sucede con ‘Sprinter’, la canción que da título al álbum y mi favorita, por el momento, de todo el conjunto.

Y alguna cosa más, como la delicada melodía de ‘Cowboy Guilt’, una delicia con aires ‘poppy’, en la que algún crítico con grandes dotes de observación ha encontrado paralelismos con algunas canciones de Saint Vicent, comparación que a mi particularmente no me resulta molesta, porque considero que esa artista, dotada de un universo propio y amplias dotes para la composición de obras maestras de tres minuntos, es la mejor guitarrista de los tiempos actuales.

Sin olvidarnos de los arpegios de cuerdas de acero que se enredan como telarañas asfixiantes a lo largo y ancho de ’New Skin’ otra declaración de intenciones de Torres, en la que nos narra cómo se siente abrazada por una ‘nueva piel’ que usa para aislarse del exterior, aunque, en el fondo, siga siendo la misma de siempre. O de las atmósferas viciadas en las que se desarrolla ‘Son You Are No Island’, donde un ente superior, o algo parecido intenta tranquilizar a un simple mortal sumergido en la duda.

En definitiva, un disco curioso, interesante y con el que nadie va a perder su tiempo si decide dedicárselo. Y una muestra más del amplio muestrario de posibilidades sonoras que podemos encontrar en la música que hacen ahora, en esos mundos de dios, algunos artistas noveles que, en cualquier país civilizado que no sea España, encuentran cauces para hacerse oír, y hasta una dimensión internacional para la difusión de sus trabajos.

Aquí también los hay. Pero, los que son buenos de verdad, o buenas, se tienen que conformar con audiencias mínimas y pequeños escenarios, mientras las sumas irrelevancias, indies o maisntreams de todos conocidas, reinan en los festivales, las radios, públicas y privadas, y las televisiones del duopolio. Proporcionando un negocio más que floreciente al grupo de vivales que controla el entramado de intereses creados del tejido empresarial y que, aunque cuente lo contrario, se ha beneficiado mucho con la supuesta crisis del sector cultural. Ellos intentarán seguir haciéndolo mientras puedan. Yo confío en que no lo consigan.

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