Claudia, mi compañera de un viaje de 0,0002 kilómetros en cinco minutos
Cuba

Claudia, mi compañera de un viaje de 0,0002 kilómetros en cinco minutos

La profesionalidad y la humanidad de una joven uróloga en La Habana convierten un doloroso tratamiento en un viaje breve lleno de esperanza.

Aurelio Pedroso en el hospital
Paciente en el Instituto de Oncología y Radiobiología de Cuba

Muchos amigos, compañeros e interesados desconocidos en las redes sociales no cesan de preguntar cómo es el procedimiento o protocolo con la aplicación de la vacuna BCG para el cáncer de vejiga.

Hace poco le confesaba a una amiga que causa más escalofríos contarlo que vivirlo en carne propia. Y creo que en buena medida se deba a la profesionalidad de una especialista en urología del Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (INOR) de La Habana.

Manos de ángel en tierra tiene esa joven llamada Claudia que padece de los mismos problemas cotidianos de un simple cubano (apagones y catorce contrariedades más) y que al llegar al hospital encima de una patineta eléctrica es todo dulzura, instrucción y aliento para  aquellos que deben presentarle el nervio primo, como suele decir mi amigo Manolito García, e introducirle vía uretra un catéter que debe recorrer unos 20 cm o 0.0002 km para aquellas que gustan del pelo suelto y carretera (calvos también), y llegar hasta la vejiga en plan de guerra contra células malignas.

Nada de ningún “cubaneo” en el acto que ya se sabe tenemos sabihondos por doquier que desestiman manuales de uso alegando que “esto el fabricante lo puso de más”. Todo, absolutamente todo según metodología internacional en el método más efectivo conocido hasta ahora aplicable en ese clasificado primer mundo.

Si alguna preocupación tiene Claudia, además de las excesivas tareas que le imponen a su hija en la escuela, es que puedan faltar las vacunas bien por tropiezos financieros internos del ministerio de Salud Pública en Cuba o por obra y gracia del imperio no se puedan adquirir los fármacos hasta para la atención a niños que padecen cáncer.

Esa muchacha tiene una sonrisa que vale un millón de pesos porque trasmite optimismo en ese disfraz que muchos le cargan al cáncer para “endulzarlo” con el aquello de “penosa enfermedad”.

El INOR tiene una curiosa especialidad que no se adquiere en dólares o euros y que representa mucho para el paciente. No hay especialista, técnico o paramédico que se cruce en tu camino, que te salude en dependencia de qué lugar ocupe el sol a esa hora.

El presidente de la República debería comparecer ante la televisión o cuando menos buscar par de testigos de fiar, para informar de los resultados de su reciente viaje por naciones asiáticas y de paso entregar al ministro de Salud Pública ese portafolios con casi 15 millones de dólares donados por el pueblo vietnamita con una indicación muy precisa: compra de medicamentos e incentivos hasta para los que limpian pasillos y salas en las instituciones de salud.

Benditos esos hombres y mujeres que aman su profesión en bien de otros que anhelan vivir un poco más o toda esa vida que tienen por delante.

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