Cerdo Miami-Habana sin pasar por Aduanas ni Migración

Desde el malecón

Cerdo Miami-Habana sin pasar por Aduanas ni Migración

No hay distancias políticas ni credos religiosos para la creatividad y el ingenio en tiempos aciagos.

El Morro de La Habana

El Morro de La Habana

El dicho de que el cubano “se le escapó al diablo”, habrá que modificarlo con que “se le escapó a una docena de temerarios diablos”. De la cercana y distante ciudad de Miami vinieron cualquier cantidad de productos derivados del cerdo, ahora mismo desaparecido en toda la isla.

Así somos y seremos. Bueno recordar que cuando en 1975 los asesores militares soviéticos no recomendaron el vuelo del turbohélice Bristol Britannia, sin rango para viajar hasta Angola, se les dijo que sí, que sí se podía, que serían reabastecidos en pleno vuelo. Y todos llegaron con hombres armados hasta los dientes.

No hay distancias políticas ni credos religiosos para la creatividad y el ingenio en tiempos aciagos.

Emprendimiento de ocasión, olfato superior al canino para los negocios, oportunismo comercial, me ayudas y yo ayudo, iniciativas al extremo o cualquier otra etiqueta que quiera agregársele a la simple operación alimentaria, pudiera identificar esta modalidad. Inexistente, llamada al fracaso más estrepitoso si tales renglones estuvieran hoy en cualquier mercado local.

Siempre que no sea producto de algún robo o desvío en entidades estatales -cosa que no parece ser dado el monto y la demanda-, pinta a negocio legal, que un familiar o amigo le pague determinada suma a alguien en esa ciudad, y sus parientes en la isla reciban en menos de 72 horas el envío en la puerta de la casa.

Cero timos ni engaños. Seriedad total y garantía. Un precio ajustado o conveniado y usted tranquilo, que la parentela cubana lo recibirá poco menos que en modalidad express.

Esta suerte de “transacción”, salvo que alguien se le ocurra colgarle el delito de “actividad económica ilícita” y los responsables vayan detrás de una reja e igual destino tomen también los cabizbajos incautados a la unidad porcina más cercana, carece de crítica alguna porque ha nacido de una apremiante necesidad, de una oferta ausente.

De tener las masas, las costillas, las chuletas o el jamón viking en el mercadito de la localidad, por seguro que el negocio ni se podía consultar con la almohada.

Tal vez pronto deje de existir y sus patrocinadores se dediquen a otros menesteres. Si florece y perdura será responsabilidad de la prolongada ausencia de la opción doméstica.

Mientras tanto, oído al celular o lectura del mensaje: “Mima, te mando para allá cinco libras de masas, tres de costillas, cuatro de bistecs, dos de jamón, tres de chuletas (…) Avísame cuando lleguen”.

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