Detroit, ¡qué desastre!

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Detroit, ¡qué desastre!

En pocos años la ciudad pasó de ser la cuarta más poblada de los Estados Unidos a la decimoctava que es ahora. Entre tantas noticias deprimentes como le crisis nos proporciona a diario, casi nadie presta atención a lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en Detroit. Hace unos años era la ciudad más próspera de los Estados Unidos y quizás del mundo y hoy se encuentra en la quiebra. Y la palabra quiebra no es una forma de reflejar el desastre en que se halla sumida aquella capital industrial: Detroit está realmente en quiebra, en suspensión de pagos como por aquí se decía antes, en concurso de acreedores como se describe ahora, en bancarrota hablando en plata. Las deudas que acumula su Ayuntamiento son gigantescas y con ellas millares de funcionarios se han ido al paro e infinidad de acreedores se hallan igual que el municipio, en la ruina.

Hace unos años Detroit era conocida como la ciudad del motor o la ciudad del automóvil porque de sus modernas plantas de producción y ensamblaje salían la mayor parte de los coches que circulaban por las autopistas norteamericanas. Las marcas General Motors, Ford o Chrysler siempre han estado unidas a la ciudad de Detroit, donde nacieron y crecieron hasta convertirse en gigantes mundiales. Lo mismo que las historias de gansters cuyas familias mafiosas proliferaban al señuelo del dinero y agitaban las calles con las extorsiones y vendettas que tanto facilitaban la inspiración de los directores de Hollywood.

Pero todo se transforma cuando no se acaba y actualmente Detroit ha dejado para su historia la imagen de la opulencia para convertirse en el espectáculo vivo del desastre que no levanta cabeza. En pocos años la ciudad pasó de ser la cuarta más poblada de los Estados Unidos a la decimoctava que es ahora, con sus 700.000 habitantes – tuvo dos millones – residuales y muchos de ellos en perspectiva de desbandada. No hay trabajo ni ánimos emprendedores para recuperar los puestos destruidos. Allí todo es abandono deprimente. El paisaje urbano, salpicado de edificios abandonados que se hunden, y calles destrozadas que no se arreglan desde hace años, no anima a confiar en un regreso al futuro que ya nadie contempla.

A la quiebra de Detroit, con una deuda municipal de 20.000 millones de dólares y el deterioro galopante de sus infraestructuras urbanas y productivas, no se le conocen precedentes. Para quienes siguieron de cerca su deterioro la declaración de quiebra no ha sido una sorpresa. Hace tiempo que se veía venir. Pero para quienes tienen mitificados a los Estados Unidos, en el que ven todas las virtudes del liberalismo más utópico y ninguno de sus vicios, lo que está ocurriendo en la capital del motor resulta incomprensible e inimaginable, Tan inimaginable como real y tan real como la vida misma.

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