Los independentistas catalanes, al rescate de Rajoy

Detrás de la cortina

Los independentistas catalanes, al rescate de Rajoy

El presidente del Gobierno en funciones elude su aislamiento político gracias a la providencial ayuda de Junts Pel Sí y la CUP. Ha vuelto a pasar, hasta el punto de que parecería confirmarse la existencia de una conjunción de intereses obvia entre Mariano Rajoy y los partidos políticos independentistas catalanes, instalados ahora en la Generalitat. Cada vez que el presidente del Gobierno en funciones pasa un mal momento y se acerca a ese abismo aparentemente diseñado para constituirse en el fin de su carrera, desde Barcelona llegan los comandos del rescate. Con una puntualidad increíble y una precisión devastadora. Ellos y su inamovible hoja de ruta hacia la ‘libertad’ de la que tanto partido está sacando el cachazudo presidente del Gobierno en funciones.

Esta semana, ya saben, el líder del PSOE, ese tenaz y resistente Pedro Sánchez, dispuesto a vender cara su derrota, le había robado el plano al jefe de filas del PP, tras aceptar el encargo formulado por Felipe VI e iniciar conversaciones con sus rivales para formar una mayoría parlamentaria suficiente que le permita encabezar un nuevo Gobierno. Como mínimo, esta maniobra le había dado a Sánchez una visibilidad de la que antes carecía y un respiro en la lucha fratricida que mantiene con sus rivales al frente del partido. Y, aunque quizá todo sea una quimera, porque al final la tarea se confirme como imposible y haya que repetir las elecciones, el secretario general socialista disponía de un mes asegurado con su figura en el centro del escenario.

Un tiempo y una situación preciosa en un momento convulso como el presente que devolvía a su partido la iniciativa política perdida hace un lustro largo ya, cuando el entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero cambió de política económica para seguir las instrucciones de Angela Merkel y sus acólitos de Bruselas e hipotecó, como se ha visto, las posibilidades del PSOE de venderse como iniciativa progresista a los electores españoles quizá por los siglos de los siglos. Además de abonar el terreno para el nacimiento de Podemos, esa fuerza progresista de nuevo cuño que puede robarles la cartera.

Pero da la impresión de que la alegría y los réditos derivados de ese movimiento pueden durarle poco al líder socialista. Porque ahí están de nuevo los independentistas catalanes para hacer sonar las alarmas y cambiar las prioridades de la agenda política española, sirviéndole en bandeja a Mariano Rajoy la visualización de las dos ideas fuerza fundamentales de su discurso. Primero que se necesita rápidamente un gobierno porque hay que hacer frente ya a la amenaza soberanista sin perder un minuto más y segundo que ese ejecutivo debe estar sustentado por la amplia mayoría de las fuerzas ‘constitucionalistas’ y presidido por el, puesto que es el único político que garantiza de verdad la defensa de la unidad de España al ser el líder del partido más votado.

A la vez, la reanudación del pulso que parecía interrumpido también insufla vida al nuevo president Carles Puigdemont y sus decaídos secuaces de la vieja CDC, ERC y la CUP que habían perdido protagonismo y espacio por culpa de los últimos avatares de la política española. Con la puesta en marcha de la elaboración de las tres leyes básicas para declarar la independencia, según los planes previstos en la resolución del Parlament invalidada por el Tribunal Constitucional vuelven a demostrar que están ahí, siguen en lo suyo y que su calendario no va a depender que exista o no un interlocutor en Madrid.

Y, como decíamos antes, en estas circunstancias Rajoy se ha apresurado a agarrarse al salvavidas que le han lanzado desde Cataluña y ha escenificado, hasta la sobreactuación su patriotismo indiscutible y su firmeza en la defensa de la unidad de España. Si no le sirve para otra cosa al menos le permite ‘venderse’ otra vez como la solución más sensata ante sus electores más leales y concederse un respiro en el espinoso asunto de la corrupción que, tras el último y una vez más esperpéntico estallido de la epidemia valenciana, parecía haberle acorralado casi para siempre.

De momento, la imagen de un Rajoy que empezaba a ser cuestionado por los suyos y se veía obligado a dejar la defensa con posibilidades del pacto ‘constitucionalista’ en manos de su mortal enemigo no declarado que no es otro que Albert Rivera, el líder de Ciudadanos ya no marca la actualidad. Sin contar con que también se han cortado, de momento, los últimos rumores conspirativos que habían inundado esta semana la ‘Villa y Corte’, en los que se señalaba que, tras el previsible, e inevitable, batacazo de Sánchez, la solución tendría que llegar desde el exterior.

Es decir, que en Bruselas y determinados despachos de Madrid sobre los que siempre se habla en voz baja y sin pruebas, se estaría especulando con un nuevo diseño de Gobierno, basado en el famoso ‘tripartito’ de la casta, pero sin Rivera, ni Rajoy ni Sánchez al frente. Un grupo de técnicos, reforzado por figuras con peso político en estas tres formaciones mayoritarias, pero presidido por un ‘viejo socialista’ que resultara del agrado de Bruselas y Berlín. Algunos columnistas ya han aventurado hasta el posible nombre de ese ‘tapado’ en la carrera hacia La Moncloa. Dicen que puede llamarse Javier o Joaquín, sin aportar los apellidos correspondientes para no ‘mojarse’ por completo, en la confianza de que el lector va a conocerlos perfectamente.

Esa posibilidad que, por ahora, no pasa de ser una especulación más de las habituales mentes calenturientas, si podría resultar peligrosa para todos los actores políticos interesados en sacar partido de las aguas revueltas. Entre ellos, claro, los independentistas catalanes que tienen cada vez más claro que cada día que pasa sin que la cuestión nacional quede fuera del foco, su capacidad de presión pierde fuerza y sus posibilidades de conseguir lo que quieren, que quizá no sea necesariamente, la independencia de Cataluña, merman de manera sustancial.

Y mientras tanto, ¿qué pasa con Podemos? Poca cosa, en realidad. Pablo Iglesias y los suyos están más que cómodos en un escenario como el actual que les sitúa de nuevo como la única fuerza realmente a batir por todos los demás y, por lo tanto, como la única alternativa real que existe a las políticas económicas neoliberales o al inmovilismo constitucional. Para colmo las encuestas les resultan favorables, ven el ‘sorpasso’ más cerca que antes y a Ciudadanos estancado y sin recorrido de cara a la posible repetición de elecciones.

Así que no son los morados quienes tienen que preocuparse de una situación que, sobre todo, perjudica de nuevo al PSOE. Además, en este contexto, las fuertes tensiones internas que se desarrollan entre la dirección ‘podemita’ y sus aliados de las famosas confluencias también queda oculta. De modo que mejor no apostar por una resolución rápida de las negociaciones para hacer posible un Gobierno progresista, por mucho que haya muchas coincidencias en los programas de unos y otros.

A ambos lados de la mesa, los negociadores tienen claro que lo que verdaderamente está en juego ahora es la famosa ‘hegemonía’ de la izquierda y es en ese territorio en el que juegan su partida. Y lo peor para Sánchez es que el nuevo movimiento independentista realizado en el tablero catalán, no sólo beneficia Rajoy, tampoco viene mal a los morados. Al fin y al cabo, ellos si han dejado clara cuál es la solución que proponen para el problema ‘catalán’. Ya saben. El famoso referéndum que todos los demás rechazan ahora. Soberanistas, incluidos.

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