Podemos vuelve a ser una amenaza para ‘la casta’

Detrás de la cortina

Podemos vuelve a ser una amenaza para ‘la casta’

Los resbalones de Albert Rivera, el descrédito de Rajoy y la indefinición de Pedro Sánchez favorecen a Pablo Iglesias. Resulta obvio decirlo, pero conviene recordarlo de vez en cuando para no perder la perspectiva: pase lo que pase en las elecciones del próximo 20 de diciembre Podemos y Pablo Iglesias habrán hecho historia. Porque la formación morada es el único partido que no existía hace cuatro años, Ciudadanos ya había concurrido varias veces a las urnas y su irrupción en las últimas elecciones europeas y su posterior ascenso vertiginoso han cambiado por completo el panorama y fijado las líneas maestras de una forma de hacer política a la que ya ninguna formación puede ser ajena.

De modo que no se engañen, con más o con menos escaños y con más o con menos porcentaje de voto, los ‘podemistas’ van a triunfar sí o sí. Aunque, desde luego, sus intenciones sean otras. Los morados quieren ganar y empiezan a creer en la remontada. Un proceso, por cierto, que las últimas encuestas publicadas por medios tan alejados ideológicamente de los postulados de Iglesias como ‘Libertad Digital’ y ‘El Confidencial’, no han tenido más remedio que recoger. Esta es, por supuesto, una malísima noticia para ‘la casta’, que sigue ahí aunque ya no reciba tantas menciones como antes, y una demostración empírica de que nunca conviene dar por muerto al enemigo demasiado pronto.

Evidentemente, el debate a cuatro del pasado lunes supuso un punto de inflexión. Los ciudadanos no vieron a ese Iglesias cansado y contra las cuerdas del que se venía hablando desde las elecciones catalanas. Tampoco a un rojo peligroso dispuesto a convertir a España en el nuevo paraíso del ‘chavismo’, ahora que Venezuela parece a punto de liquidar ese terrible régimen. Vieron, de nuevo, al tipo incisivo que señala con precisión los puntos débiles de sus rivales. Y a alguien que quizá merezca la oportunidad de poner en prácticas sus ideas para el futuro de este país como presidente del Gobierno. Aunque a lo mejor aún no le haya llegado la hora.

En cierto sentido, lo único que sucedió es que, más allá del bombardeo interesado de noticias, los navajazos de los tertulianos y el humo lanzado a discreción para cegar los ojos de los votantes, existen unos cuantos hechos objetivos que siguen ahí y cuyo simple recuerdo descalifican por completo a algunos de los políticos que también aspiran a seguir en La Moncloa o a convertirse en sus nuevos inquilinos. ¿Creen ustedes que en cualquier gran país de la UE, como esa Alemania que tanto les gusta a los dirigentes del PP, aspiraría a la presidencia un líder como Mariano Rajoy? ¿Qué habría hecho Angela Merkel si ella hubiera sido la presidenta del Gobierno español y se descubre que ha enviado unos ‘sms’ cariñosos alguien como Luis Bárcenas? ¿Creen ustedes que el partido conservador inglés mantendría como candidato a la presidencia a un jefe que hubiera autorizado el borrado de unos discos duros cuya información iba a formar parte de un proceso judicial?

Claro que no. La supervivencia de Mariano Rajoy al frente del PP es un motivo más que suficiente para votar contra este partido. Sin paliativos y sin tener ni siquiera en cuenta la desastrosa gestión política que han llevado a cabo durante los últimos cuatro años, ni el rescate bancario, ni las políticas laborales que han destruido a la clase media, ni los recortes sistemáticos que han laminado el estado del bienestar.

Por eso, y para evitar que Iglesias recogiera ese descontento se montó la operación Ciudadanos, se erigió en líder centrista a Albert Rivera y se destruyó a UPyD, en realidad el único partido que ha luchado de verdad contra la corrupción en los últimos años, una osadía que ha pagado bien caro. Y Rivera parece haber cumplido su cometido, aunque resbale con frecuencia. El votante conservador y hasta ‘ultraconservador’, ya dispone de una papeleta que depositar en la urna sin taparse la nariz.

Lo malo es que, según se acerca la hora de la verdad, y quizá como consecuencia de haber aparecido más de lo recomendable en los medios de comunicación últimamente, el líder naranja pierde gas y empieza a mostrar su talante ultraliberal en lo económico. Sin contar con que ya hay algún candidato naranja que se ve a si mismo sentado en un gobierno de coalición con el PP y eso se nota. Y la única manera de que no se note del todo es atizarle también a los azules con la corrupción. Un arma de doble filo para Ciudadanos, como también se vio en el debate, porque cuando lo hace aún es menos fácil entender su disposición a pactar con esa formación.

Y con este panorama por delante, al candidato del PSOE, Pedro Sánchez, le resulta prácticamente encontrar un perfil propio. Tiene unas siglas que son oro puro electoral y que resisten todavía, a pesar de los avatares y el cambio generacional. Pero al perder su condición de oposición única y al haberse desdibujado durante tantos años y cargar con demasiadas sombras oscuras que también le relacionan con la corrupción se ha quedado casi sin discurso. Sin contar con que la sombra de Susana Díaz, cada vez es más alargada y no parece que Sánchez tenga de verdad el control del partido todavía. Y lo mismo no llega a tenerlo nunca.

Al final, quedan pocas opciones como se ve. Y, además, separar los porcentajes de intención de voto de deIU y los morados a la hora de hacer cuentas no es del todo correcto. Los de Iglesias y los de Alberto Garzón concurren juntos en algunos territorios y parecen destinados a entenderse en el futuro, por mucho que ahora no hayan conseguido forjar una alianza. Ni siquiera es posible asegurar a estas alturas que esa unidad de acción que vamos a ver en el Congreso no cristalice en un grupo parlamentario propio. Un conjunto de diputados quizá insuficiente para ayudar a formar gobierno pero con capacidad de hacer mucho daño desde la oposición.

En eso estamos y esa es la realidad que, como he dicho antes, puso de manifiesto el debate a cuatro de Atresmedia. El PP se hunde sin remedio y el PSOE no consigue ser considerado alternativa de poder por una mayoría suficiente de españoles para que el bipartidismo siga en pie. Esa etapa es historia y las urnas servirán para expender su certificado de defunción.

Por eso las alarmas se han vuelto a encender en la sala de máquinas de la ‘casta’. Porque ya hay algunos notables que empiezan a sospechar que las próximas elecciones no son el final de esta guerra. Más bien estamos todavía en los principios de un cambio imparable y Podemos e IU van a mantener el protagonismo en los próximos meses. Un periodo que va a resultar más que desagradable para los rivales políticos de estas formaciones. O eso pienso yo que puedo equivocarme como el que más.

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