Seguridad nuclear

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Seguridad nuclear

En los Estados Unidos, donde están los arsenales nucleares más importantes, acaba de descubrirse que la seguridad que los protege anda manga por hombro. Imaginarse un accidente nuclear, como el que aquí tuvimos tan cerca cuando lo de Palomares, acojona. Preocupa que algunas de las potencias nucleares pierdan los nervios un mal día y se pongan a lanzar bombas atómicas, como pasó en Hirosima. Hasta ahora nos quedaba la doble confianza puesta en la sensatez de los gobernantes por muy crispados que se encuentren en momentos de conflicto y, mientras tanto, en el cuidado de que no se produzca un accidente en los arsenales donde se almacenan, al cuidado de expertos serios y responsables.

Pero esto, tan sensato, se ha descubierto que es falso. En los Estados Unidos, donde están los arsenales nucleares más importantes, acaba de descubrirse que la seguridad que los protege, es decir, que nos protege a todos, anda manga por hombro. Una inspección a fondo ordenada por la Casa Blanca ha revelado hasta cien fallos en la seguridad de estas armas. Los responsables lo achacan a los recortes presupuestarios pero eso no impide que algunos hayan sido sorprendidos infraganti copiando como malos estudiantes en los exámenes necesarios para asumir tan altas responsabilidades.

Una llave inglesa, la única según parece que existe para apretarles las tuercas a los misiles – es un decir – se hartó de viajar en manos de mensajeros comerciales entre diferentes bases que tienen que compartirla. ¿Será posible? Pues parece que sí, igual que es posible que la puerta de un silo repleto de cabezas de misiles, no cerrase y permaneciese entornada largo tiempo. O, lo más impresionante, que en 2007, siete misiles estuvieron perdidos, volando al parecer en aviones en los que habían sido cargados por error, durante 36 horas.

Cuando por fin reaparecieron muchos mandos estrellados de la base, respirarían satisfechos. Perder siete misiles balísticos intercontinentales no parece de este mundo. Y nosotros, los sufridos ciudadanos expuestos a tanto peligro como semejante error implicaba, estábamos tan tranquilos, creyéndonos que por encima de nuestras cabezas no teníamos más peligro que el de coger una insolación.

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