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Vivir como un cura

José María Gil Tamayo, el secretario general de la Conferencia Episcopal, asegura que no conoce a “ningún cura que viva como un cura” (El Mundo). Y algo de razón debe tener. Yo conozco pocos curas, porque además tengo la impresión de que cada día quedan menos, y ninguno de los que conozco vive opíparamente. Habrá excepciones, como la que hace un tiempo protagonizó en Roma el cardenal Bretone, pero no deben de ser muchas.

Ahora ya ni los curas viven como curas ni los marqueses viven como marqueses cuando su profesión era la de rentista adornada con un título nobiliario, ni los ricachones cortijeros viven del cuento. Actualmente gran parte de los curas que quedan se matan yendo de parroquia en parroquia en modestos coches de segunda mano para atender las necesidades religiosas de los fieles que quedan a la espera de que les llegue la hora de echarles el candado a los pueblos.

Los curas, hay que decirlo sin complejos de meapilas, ganan sueldos de miseria. Habrá quien discrepe, lo sé, pero me reafirmo en mi impresión. Claro que no son los únicos que tienen dificultades para llegar a fin de mes. Les pasa también a infinidad de familias en el paro o el empleo precario que tienen que ir trampeando entre chapuzas en b, ayudas de los abuelos y penurias múltiples para que sus niños tengan cuadernos este curso que comienza en las escuelas.

Tampoco puede decirse, ni mucho menos, que los cargos públicos, y aún menos los funcionarios, ganen grandes sueldos. Algunos alcaldes se los han auto asignado de manera descarada y prepotente y en las próximas elecciones las urnas quizás – nunca se sabe – les dejen apenas con los votos de consolación de sus parientes más próximos. Los ministros y hasta el propio presidente del Gobierno o los presidentes de las cámaras reciben salarios insignificantes teniendo en cuenta la responsabilidad que tienen encomendada.

Es absurdo no pagar bien a los políticos que gestionan nuestros intereses y sin embargo enriquecer a los futbolistas, a los extranjeros incluso más que a los nacionales, por dar patadas. Es absurdo y así nos va. Muy pocas personas con nivel intelectual, cultural o técnico se dedican a la política o se ordenan sacerdote porque no les compensa, y en cambio dejamos que decidan sobre nuestras vidas personajes y personajillos de escasos conocimientos y nula capacidad que a la hora de cobrar se conforman con poco porque nadie les pagaría más.

Ahora quienes responden a esa frase tópica de “vivir como un cura” son los empresarios honrados – que los hay — que han logrado estatus elevados gracias a su inteligencia y laboriosidad, lo cual es legítimo, y, sobre todo y es más triste, sujetos corruptos que se han venido quedando con lo de los demás y en muchos casos con la aquiescencia de gobernantes que o bien se han sumado al reparto del botín o que carecen de la ética y los arrestos necesarios para pararlos.

Algunos de los que vivían como curas últimamente ahora disfrutan los privilegios que cabe esperar en Soto del Real, a la sombra durante el verano y rancho garantizado todo el año. Su situación es merecida aunque nada envidiable. Con todo, lo peor es que son muy pocos los que están allí ya y bastantes menos de los que deberían estar, son esperados. A la hora de ingresar en una celda, los ladrones deberían tener preferencia y ser admitidos los primeros, y tener rejas más gruesas.

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Vivir como un cura

Diego Carcedo

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