Vela
Un apagón nocturno ocasional transcurre como un almacén con puertas abiertas de par en par para desempolvar cuentos, remembranzas de viejos filmes, chistes y poco más. A veces, en repentinas reuniones de vecinos que coinciden en los bajos del edificio por donde hay una brisa que ameniza la tertulia. Pero cuando son constantes, diarios, prolongados, con batallones de insaciables mosquitos entonces, agotadas las socorridas historias, aparecen las palabrotas junto con alguna que otra maldición de esas que llaman gitanas y hasta muy serias discusiones familiares por colisionar diferentes puntos de pista acerca del suceso y su posible solución.
Entretener a un niño bajo esas circunstancias es tarea de verdaderos especialistas en la materia. Los pequeños también se cansan de los mismos cuentos. Improvisar es tarea de titanes. Así fue como un abuelo, a punto de rendirse ante tan desigual combate, le habló al infante del interminable y añejo juego del “Veo, veo”.
Vela de por medio, como para santo agraciado, que permitía determinar algunos colores alrededor, le explicó el simple procedimiento que el otro entendió a la perfección.
-Veo veo -comenzó el niño.
-¿Qué ves?
-Una cosita…
-¿De qué color?
-Negro, todo de negro, abuelo.
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“Veo, veo ¿qué ves?”
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