Ventajas de una convalecencia en casa

Cuba

Ventajas de una convalecencia en casa

Cuando la recuperación se mezcla con la vida cotidiana: el hospital se deja atrás, pero la calle y sus historias entran por la ventana.

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Una escena cotidiana de convalecencia en Cuba: una agenda, un paquete de cigarros ‘Popular’, un frasco de povidona yodada y un matamoscas descansan sobre una mesa, símbolos de rutina, cuidados y pequeñas batallas diarias.
Cuando uno logra superar una delicada intervención quirúrgica de tres horas y es enviado a casa, dispone de todo el tiempo del mundo para aguardar a que esa mosca cojonera regrese a los cinco minutos para fulminarla con un artilugio chino que la hace trizas al primer golpe letal. Ocurre entonces, que la espera no desespera.. En Cuba, como es conocido, los servicios médicos son gratuitos. Quizás como en ningún otro sitio del planeta, el paciente no demora mucho en recibir el alta, dos o tres días después. Entre otras razones, porque hay una larga fila a la espera de la cama. Tiene sus ventajas hacerlo en el hogar. Te asomas al balcón y medio vecindario pregunta por la salud y, de paso, aprovecha, como si hubieses regresado de un largo viaje parecido al de Magallanes, para informar que desde hace dos meses no llega el arroz por cartilla de racionamiento y que en el sector privado está al casi inalcanzable precio de 900 pesos el paquete de un kilogramo. Desde ese sitio de obligado centinela-observador, ves a esa vecina hormiga loca que, bajo cualquier situación climatológica, vive y muere en la calle, en su trapicheo de subsistencia. Lo mismo pendiente de lo que llega a la bodega, lo que vende fulana o mengana, la limpieza de un restaurante privado, vender café a un grupo de trabajadores o hacer croquetas o tamales por encargo. El tiempo, tan escaso en la vida, sobra. Puedes darte el lujo de leer algo interesante o releer “Cien Años de Soledad” con ese Macondo tan lejano y cercano, porque en cada lectura encontrarás algo novedoso salido del genio de García Márquez. Dispondrás de 24 horas para el repaso a los pregones, porque ellos no entienden de horarios: el del helado, las empanadas, el pie de guayaba o coco, el reparador de colchones, el que compra oro y plata, el que asegura limpiar el jardín con un serrucho, el que oferta flautas de pan o esos que comercializan cebollas y ajos o los cambian por cigarros o detergente. La programación de verano en la TV deja mucho que desear. Demasiados musicales del patio con agrupaciones poco conocidas que, si compartieran su quehacer “artístico” con la agricultura, no estarían tan elevados los precios de mameyes y aguacates. Inconvenientes hogareños, los mínimos. En el hospital no suele faltar la electricidad. En el hogar, lo tienes con el inquietante factor sorpresa, donde, en el mejor de los instantes, se detienen las aspas del ventilador para darle paso a voces de reproche y maldiciones gitanas salidas de diversas ventanas. Nada mejor como hacer el popó en casa. En el hospital, debes descargar el sanitario cubo o balde agua de por medio, cosa que no ocurre en ningún hotel 3, 4 o 5 estrellas. Una muestra fehaciente ante honesto tribunal de que el bloqueo imperial no es la causa fundamental. Deberían sus departamentos de mantenimiento, previa aprobación de la parte extranjera, organizar jornadas de trabajo voluntario y tirarle una mano a los hospitales cercanos. La convalecencia, a no dudar, es un repaso consigo mismo. Son instantes muy apropiados para chequear cómo va cicatrizando esa herida proveniente de un bisturí y aquella salida de las entrañas de la sociedad. Suficiente por hoy. Acaba de llegar otra mosca verde en vuelo rasante, escoltada por par de mosquitos mañaneros en plan desayuno. Apliquemos, pues, esa despedida oficial de nuestra Mesa Redonda: “Seguimos en combate”.

Cuando uno logra superar una delicada intervención quirúrgica de tres horas y es enviado a casa, dispone de todo el tiempo del mundo para aguardar a que esa mosca cojonera regrese a los cinco minutos para fulminarla con un artilugio chino que la hace trizas al primer golpe letal. Ocurre entonces, que la espera no desespera.

En Cuba, como es conocido, los servicios médicos son gratuitos. Quizás como en ningún otro sitio del planeta, el paciente no demora mucho en recibir el alta, dos o tres días después. Entre otras razones, porque hay una larga fila a la espera de la cama.

Tiene sus ventajas hacerlo en el hogar. Te asomas al balcón y medio vecindario pregunta por la salud y, de paso, aprovecha, como si hubieses regresado de un largo viaje parecido al de Magallanes, para informar que desde hace dos meses no llega el arroz por cartilla de racionamiento y que en el sector privado está al casi inalcanzable precio de 900 pesos el paquete de un kilogramo.

Desde ese sitio de obligado centinela-observador, ves a esa vecina hormiga loca que, bajo cualquier situación climatológica, vive y muere en la calle, en su trapicheo de subsistencia. Lo mismo pendiente de lo que llega a la bodega, lo que vende fulana o mengana, la limpieza de un restaurante privado, vender café a un grupo de trabajadores o hacer croquetas o tamales por encargo.

El tiempo, tan escaso en la vida, sobra. Puedes darte el lujo de leer algo interesante o releer “Cien Años de Soledad” con ese Macondo tan lejano y cercano, porque en cada lectura encontrarás algo novedoso salido del genio de García Márquez.

Dispondrás de 24 horas para el repaso a los pregones, porque ellos no entienden de horarios: el del helado, las empanadas, el pie de guayaba o coco, el reparador de colchones, el que compra oro y plata, el que asegura limpiar el jardín con un serrucho, el que oferta flautas de pan o esos que comercializan cebollas y ajos o los cambian por cigarros o detergente.

La programación de verano en la TV deja mucho que desear. Demasiados musicales del patio con agrupaciones poco conocidas que, si compartieran su quehacer “artístico” con la agricultura, no estarían tan elevados los precios de mameyes y aguacates.

Inconvenientes hogareños, los mínimos. En el hospital no suele faltar la electricidad. En el hogar, lo tienes con el inquietante factor sorpresa, donde, en el mejor de los instantes, se detienen las aspas del ventilador para darle paso a voces de reproche y maldiciones gitanas salidas de diversas ventanas.

Nada mejor como hacer el popó en casa. En el hospital, debes descargar el sanitario cubo o balde agua de por medio, cosa que no ocurre en ningún hotel 3, 4 o 5 estrellas. Una muestra fehaciente ante honesto tribunal de que el bloqueo imperial no es la causa fundamental. Deberían sus departamentos de mantenimiento, previa aprobación de la parte extranjera, organizar jornadas de trabajo voluntario y tirarle una mano a los hospitales cercanos.

La convalecencia, a no dudar, es un repaso consigo mismo. Son instantes muy apropiados para chequear cómo va cicatrizando esa herida proveniente de un bisturí y aquella salida de las entrañas de la sociedad.

Suficiente por hoy. Acaba de llegar otra mosca verde en vuelo rasante, escoltada por par de mosquitos mañaneros en plan desayuno. Apliquemos, pues, esa despedida oficial de nuestra Mesa Redonda: “Seguimos en combate”.

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