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Una guerra entre señores

Kremlin de Moscú

Kremlin de Moscú

Desde hace buen tiempo las autoridades cubanas han borrado de su diccionario de relaciones internacionales la palabra compañero, empleada únicamente en muy contados casos donde sobran los dedos de una mano.

Si de señores estamos tratando pues ahí está el señor presidente de la Federación Rusa y el de la República de Angola, ambos de antiguos gobiernos hermanos y ahora con otras reglas de juego en las bilaterales, mirándonos con otros ojos.

Las guerras, lección que todos hemos aprendido desde los primeros años de enseñanza, suelen tener motivos económicos, de sometimiento de un grupo de poder fuerte a otro más débil sin descartar lo que algunos historiadores atribuyen a motivos políticos o religiosos. Otros, más adiptos al romanticismo, colocan a una hembra o una infidelidad como motivo de ejércitos completos luchando a muerte en los campos de batalla.

Al famoso Caballo de Troya han seguido otros tantos ejemplares clonados. Tras un minucioso repaso los encontraremos en diversas formas y maneras hasta el día de hoy. Quien no lo aprecie, de inmediato a un optometrista.

Atrás, muy atrás, han quedado aquellos tiempos en que lo jefes iban delante en el combate. Hoy, mientras más lejos y protegidos, mejor. Que se jodan los jóvenes soldados que ya los premiaremos post mortem con una medalla o tal vez alguna muy modesta pensión a la viuda, madre o hijos.

Cuba, en virtud de su frágil economía, que un estornudo en cualquier isla del Pacífico Sur le pega la gripe, ya lamenta el acto beligerante al no poder recibir a Aeroflot con su carga de turistas que iban en ascenso a los primeros mercados.

Se sufre y padece con una guerra cuando falta el sentido común y nadie es capaz de evitar la matanza. Hace algún tiempo un estudio de Naciones Unidas llegó a la conclusión de que sólo el  hombre y la rata eran capaces de atacar a sus propios congéneres al sentirse acorralados…

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