El presidente de la República lo debe saber muy bien. Sin embargo, en teleconferencia ante el Grupo de trabajo para la prevención del delito, la corrupción, las drogas, las ilegalidades e indisciplinas sociales nos ha llamado a un “verano tranquilo y ordenado”.
Con todo el respeto que merece veo muy difícil alcanzar esos resultados. Y no por pesimista, sino por realista. Tranquilidad y orden, elementos indispensables para lograr mejor resultado en cuanto nos propongamos en la vida, también están en el listado de las ausencias y carencias del día a día.
Es como el aquello de pedirle peras al olmo o como sentenciaba la abuela con lo del horno que no estaba para pastelitos.
Par de meses en extremo complejos donde desde la base no se observan mejoras en ninguna dirección. Un desgaste casi irreversible en múltiples destinos del quehacer cotidiano.
Crucemos dedos de manos y pies cuanto antes. Encendamos velas ante Santa Rita, la de los casos desesperados, o de santería a Orula y pidamos tranquilidad espiritual ante los desafíos presentes y por venir además de ordenar nuestros pensamientos en acto de sobrevivencia para estar a tono con el pedido presidencial.
Los ateos, que somos unos cuantos, nos las arreglaremos como podamos, que mañas tenemos.