Y no me extraña por varios motivos. A cada rato hablo con cubanísimos conocidos que ni idea tienen si junto al madroño aparece un oso, un tigre de Bengala o El Pájaro Loco, pero sí el origen del abuelo y durante la conversación, en algún apropiado resquicio, me sueltan en plena cara que “bueno, soy español”.
Pero también cuando cada mes acudo al edificio de la antigua Lonja del Comercio, con el fantasma del carismático José María Fernández Rico en supervisión de su remodelación, y donde radica una sección consular de la embajada ibérica dedicada a esos temas, me sorprende la multitud de personas que allí se dan cita.
No puedo menos que repasar entonces esa magistral obra de Manuel Moreno Fraginals “Cuba/España, España/Cuba: historia común” o aquella sabia expresión de Carlos Humanes cuando recomendaba consultar la guía telefónica para calibrar la influencia de esa nación en la isla.
Recuerdo, a propósito, aquellos años en que debía viajar a Madrid en plan de familiarización con El Boletín. Ante la pregunta de algunos colegas en la redacción acerca de cuándo había llegado de Cuba, saltaba uno muy ocurrente para rectificar:
-No vino de Cuba, llegó de provincias.
“Joder, tío”, que casi todos mis allegados en la isla son españoles y el único cubano, al parecer, soy yo. Quien lo dude que pregunte por Sagua la Grande en casa de unos morenos descendientes del abuelo de Pablo Picasso.
Es que hasta el propio presidente de la Republica, el primer ministro y el general de Ejército Raúl Castro pudieran aplicar a tal Ley. Ocurría algo insólito: un país gobernado por españoles…
