El Gobierno que Pedro Sánchez está acabando de perfilar juega bien con la experiencia y la juventud, la diversidad territorial y la pluralidad dentro del PSOE. Será, si las quinielas se confirman, un Gobierno al que no cabe ponerle grandes reservas. Pero sobre todo, tanto individualmente como en su conjunto, es un gabinete que disipa las dudas y temores que una parte de la sociedad, estimulada por la propaganda de la nueva oposición, mantiene sobre su actuación.
Pedro Sánchez ganó la moción de censura con votos populistas, independentistas y nacionalistas pero el Gobierno que está constituyendo no muestra concesiones a ninguna de estas ideologías. Es un Gobierno socialista que garantiza, además de una voluntad conciliadora, una defensa clara de la Constitución, un deseo elocuente de recuperar las políticas sociales que el Partido Popular arrinconó y una actitud firme en la defensa de la unidad territorial.
Ninguno de los nombres que se barajan, desde Carmen Calvo que imprimirá al Ejecutivo una necesaria impronta cultural, puede ser catalogado de nada que resulte inquietante, ni para la libertad, ni para la democracia, ni para la imagen de España en el mundo, ni para el prestigio de la Corona, ni para la demagogia populista que con tan poca elegancia intenta inmiscuirse en su composición. Pedro Sánchez está demostrando firmeza de criterio, capacidad para buscar equilibrios y resistencia a las presiones.
Los problemas que le esperan, empezando por la obstinación de un grupo de secesionistas catalanes en mantener el reto al Estado, no ha desaparecido ante la nueva perspectiva de entendimiento que podría ofrecer un nuevo Gobierno. Sobre este asunto habrá que esperar a ver si desde Barcelona empiezan a vislumbrarse atisbos de que se quiere restablecer la normalidad. Mientras tanto, el Presidente ha anticipado con dos ministros que Cataluña no es una Comunidad discriminada y ha demostrado que sabe olvidar recuperando a algunos de sus adversarios dentro del partido como la andaluza María Jesús Montero.
