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Trump contra la paz

Donald Trump ha activado su amenaza de trasladar la embajada de EEUU en Israel -ahora mismo en Tel Aviv, igual que el resto de las sedes diplomáticas-, a Jerusalén, la capital que los israelíes han establecido unilateralmente pero la comunidad internacional venía rechazando de manera sistemática. Jerusalén es quizás el territorio en disputa en el enfrentamiento entre israelíes y palestinos que más obstaculiza la consecución de la paz en un conflicto que ya se prolonga setenta años. Allí están los lugares más sagrados de las tres grandes religiones monoteístas y, aunque la disputa territorial está entre israelíes y palestinos, también los cristianos defienden su derecho a que se mantenga como una ciudad abierta a todos y no como capital de un Estado, como la han declarado los israelíes y por su parte la pretenden institucionalizar los palestinos cuando obtengan su independencia. El Papa Francisco fue uno de los primeros líderes mundiales en rechazar la decisión de Trump, seguido de Antonio Guterres, el Secretario General de la ONU.

Hasta ahora, aunque la capital de facto de Israel venía siendo Jerusalén, para el resto del mundo el reconocimiento oficial era Tel Aviv. Algunas embajadas de países poco significativos en las relaciones internacionales sí estuvieron instaladas en Jerusalén, pero pasado el tiempo regresaron a Tel Aviv donde mantenían las grandes su sede, lo cual obligaba al pragmatismo israelí tener a su Administración dividida y a mantener allí el Ministerio de Asuntos Exteriores.

El reconocimiento de Jerusalén como capital fue una de las ilusiones en que se empeñaron los diferentes gobiernos de Israel, bien es verdad que unos con mayor empeño que otros, a lo cual sistemáticamente se vinieron oponiendo las organizaciones supranacionales y el grueso de los países, particularmente los árabes vecinos, que amenazaban con tomar represalias y reactivar el conflicto. La decisión de Trump, que responde a su belicosidad y compromiso con la extrema derecha norteamericana es lógico que esté desencadenando nuevas tensiones y amenazando con situaciones de violencia.

Hamás ha amenazado con una tercera intifada y varios gobiernos han expresado su preocupación. El conflicto de fondo dista mucho de estar resuelto, pero permanecía larvado desde hace algunos años y nadie pone en duda que la decisión de Trump pueda convertirse en la espoleta que active la bomba de relojería que siempre ha sido. Para muchos es una prueba de que Trump, a diferencia de sus antecesores en la Casa Blanca, no vuelca su esfuerzo en resolver el problema sino en reavivarlo.

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Diego Carcedo

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