El presidente de la Generalitat, Quim Torra
Resulta admirable la ola de solidaridad que se ha producido como consecuencia de la alarma desencadenada en torno al coronavirus. Claro que siempre hay excepciones de ciudadanos que desentonan del clamor general en demanda por la unidad para poderle hacer frente a la amenaza de la pandemia. La sociedad enfrenta a un enemigo común, un enemigo sin amigos ni aliados, al que hay que combatir o derrotar antes de que nos vaya llevando por delante uno a uno a todos.
Los gestos de comprensión hacia las incómodas medidas que se están adoptando reflejan que nuestra sociedad es adulta, sensible e inteligente. Este es un momento especial para renunciar a rencillas, diferencias y ambiciones primarias para concentrarnos en el mismo objetivo; es decir, para concentrarse en lo que preocupa a todos y abandonar los intereses y obsesiones individuales. En esas estamos, por fortuna, casi todos.
Deprime, eso sí, tener que incorporar la palabra casi. Hay, aunque resulte increíble, excepciones. Y más, de excepciones de personas de obligada sensatez y, para colmo de males, elegida por otras personas para gobernarlas y por lo tanto, para velar por su salud antes que por cualquier otra cosa. El caso más visible, quizás no el único, pero si el más indignante es el de Quin Torra, el presidente de la Generalitat catalana.
Esta crisis está poniendo al descubierto muchas cosas buenas y alguna pésima. Nadie podría imaginarse que una sociedad tan culta, respetable y y responsable como la catalana quedase en unas manos que ante la adversidad más grave responda agrediendo a la necesidad de unirnos – no importa nacionalidad, etnia, idea o religión – e intentado aprovechar para separarnos y enfrentarnos.
Torra, un personaje cuya talante hostil y convicciones obtusas, no parece inquieto por la suerte de sus conciudadanos – incluida su propia salud por la que, dicho sea de paso, todas las personas de bien deseamos que recupere pronto -: lo que de verdad reflejan sus intenciones es obtener beneficios para su empeño de poner fronteras, no para evitar la expansión del coronavirus, que eso ya lo decretó el Gobierno español, si no para separar a sus conciudadanos de los demás.
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Torra quiere fronteras
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