Vaya ocurrencia, querido amigo “ensotanado” y crucifijo al pecho, porque de seguro esa será parte de tu oratoria fúnebre, que me mandaron a buscar para estar a la diestra de Dios Padre entre tantos buenos y buenas que sí lo merecen y no yo, un ateo confeso, aunque según tu criterio, católico de comportamiento.
Menuda convocatoria sin margen a disculpas porque cuando alguien en tierra recaba tu presencia en el momento más inadecuado existe la opción de solucionarlo con cuatro palabras: “Dile que no estoy”.
Pero, bueno, aceptemos que en algún momento hay que largarse de este mundo que, si el viaje no es por tu propia voluntad, pues contigo irán como equipaje de mano las respectivas quejas y los ruegos para que paguen los culpables, y que allá arriba, en el firmamento, se haga justicia y acomoden los presupuestos ausentes aquí abajo. Que testifique, en viaje de ida y vuelta, el economista Pedro Monreal.
¿Y a quién censurar por la falta de vacunas? ¿Quién o quiénes son los responsables de que tu y otros más infortunados hayan tenido que suspender el tratamiento anticancerígeno porque se acabaron y ni idea hay si volverán a aparecer?
¿A quién sentar en el banquillo de los acusados? ¿Al demonio creyente de la Oficina Oval o al que desde otro buró en La Habana destina millones para hoteles que nadie visita en vez de adquirirlas a través de un amigo indio que vive frente por frente al laboratorio Serum Institute of India?
Niños, jóvenes, adultos y ancianos esperan una respuesta que, por favor, no sea una consigna porque esa no llega a la vejiga enferma. Mientras tanto, mucho cocimiento de hojas de guanábana…









