Como en esos filmes que abundan últimamente, esta nota está basada en hechos reales.
Sin la menor intención homofóbica porque respeto todo tipo de preferencias así sean sexuales, culturales, religiosas y hasta políticas, a raíz de mi reciente operación, un amigo ha pasado el mensajito de que “Aurelia, pronta recuperación”
Poco faltó para advertirle que la cuchilla fue en la vejiga y no en un cambio de sexo.
Y ahora, lo mejor. Tal vez por el nerviosismo del primerizo.
Éramos dos los que aguardábamos para entrar al salón. Mi compañero, un moreno de más de 80 años de edad aquejado del poco común cáncer testicular. Muy convencido estaba el pobre hombre que la vida estaba por delante, que por mantenerla había que prescindir de ese par de bolas que ya estaban de más.
Fui el primero en ser llamado. Acudí a la mesa de operaciones con la imagen de ese señor dándome tumbos por la cabeza más dos o tres tonterías más. Me hicieron extender ambos brazos para la colocación de la anestesia y cuando estaban a punto de ello, pedí dirigirme a los cirujanos y al equipo en pleno.
-Les tengo total confianza. Espero no confundan el caso. El que van a castrar es el que se ha quedado allá fuera…