El pequeño cerdo que diciembre tras diciembre los parientes campesinos le propician desde la zona occidental de la isla, que atonta a medio vecindario con esos olores salidos de las brasas del carbón, se había suicidado la noche anterior.
Tan arriesgado e insólito diagnóstico es para cuestionar si no proviniera de un veterinario dedicado hipotéticamente a Medicina Legal.
Hasta donde conozco, esa trágica decisión nos corresponde a nosotros los humanos, pero al parecer no es así. Ella aseguró y argumentó que el animalito había tomado tal determinación. Primera noticia y que conste que la muchachita tiene instrucción de enseñanza media superior.
Aunque no coincida con criterios de los especialistas, el humano se priva de la vida por cobardía mientras que otros lo hacen por valor personal ante determinados acontecimientos. Sólo dos ejemplos para no alejarme del tema: los militares de profesión y esa llamada asistida.
Debo confesar que, interesado en la historia y la forma en que ella la contaba con verdadera angustia y pesar, estuve a punto, como cura de barrio, de tomarle la mano, poner cara de circunstancia dramática, pedirle detalles y manifestarle mi pesar.
Dos elementos pesaron en el fatal acontecimiento. Uno, que tuvieran electricidad y no en los cortes habituales justo en ese instante. Y dos, que el cabizbajo, a sabiendas que allí la había porque la evitó en otras ocasiones por rara intuición animal, haya mordido con fuerza el cable de la 220 V.
-Una muy lamentable pérdida- atiné a confesarle sin preguntar qué cenarían este 31.
-Tremendo golpe -dijo ella a punto de marcharse para antes volver a la carga a pie de puerta:
-¿Qué le habrá dado por suicidarse?
