La editorial alemana Heyne acaba de publicar las notas que tomó la última mujer de Albert Einstein, Johanna Fantova, sobre las conversaciones que tenía con el genio de la física, en una nueva edición comentada.
Casi todas las noches, durante los últimos años de su vida, Einstein llamaba a Fantova. «He estado haciendo cálculos toda la noche», se quejó una vez. «Estoy completamente agotado, es terriblemente difícil», añadió. En otra ocasión, le contó acerca de una visita a sus vecinos en Princeton, en el estado estadounidense de Nueva Jersey. «Existe el peligro de que su hijo se case. Les dije que casarse es un intento infructuoso de convertir un acontecimiento en un estado», señaló.
Fantova, considerada el último amor de Einstein, anotaba las conversaciones telefónicas nocturnas, probablemente con el consentimiento del científico, y luego las transcribía. Son 62 páginas mecanografiadas en alemán con entradas fechadas entre el 14 de octubre de 1953 y el 12 de abril de 1955, pocos días antes de la muerte de Einstein a los 76 años, el 18 de abril de 1955. Es posible que Fantova, que había conocido a Einstein en Praga cuando era joven y que murió en Princeton en 1981, esperara poder publicar la transcripción en forma de libro, pero eso no llegó a suceder.
No fue hasta 2004 cuando Alfred Bush, un curador jubilado, encontró por casualidad el documento en la biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton. El descubrimiento fue celebrado como un gran acontecimiento, ya que el propio Einstein rara vez llevaba un diario.
Ahora, el autor Peter von Becker ha recopilado el manuscrito junto con otros hallazgos y textos explicativos en un libro titulado: «Ich bin ein Magnet für alle Verrückten. Die Einstein-Protokolle – Sein Leben, seine letzte Liebe, sein Vermächtnis» (Soy un imán para todos los locos. Los protocolos de Einstein: su vida, su último amor, su legado), publicado por Heyne.
Gracias a los apuntes de Fantova, la obra permite conocer la vida cotidiana de Einstein en sus últimos años y añade una nueva faceta a su imagen. Permiten escuchar, por así decirlo, los pensamientos y conversaciones cotidianas del científico que revolucionó la visión del mundo de la física con la teoría de la relatividad. Estas rara vez tienen una importancia trascendental, pero son curiosas y, en su mayoría, maravillosamente encantadoras.
Einstein (1879-1955), que huyó de la Alemania nazi a los Estados Unidos en 1933, le cuenta a su amiga Fantova los conciertos y conferencias a los que ha asistido, la música y los programas que ha escuchado en la radio y los libros que ha leído.
«Freud era muy inteligente, pero gran parte de su teoría me parece una tontería», afirmó, por ejemplo, sobre sus debates con la obra del fundador del psicoanálisis.
Einstein también hablaba de las discusiones con otros científicos, de los muchos amigos, conocidos y solicitantes que lo visitaban día tras día, y de las cartas que recibía y escribía. «Soy un imán para todos los locos, y ellos también me interesan. Reconstruir cómo piensan es una de mis aficiones. Me dan pena estas personas, y esa es la razón por la que intento ayudarlas», afirmaba.
Pero aunque estaba rodeado de gente, Einstein también se veía a sí mismo como un solitario. Se consideraba «una persona muy aislada» y añadía: «Aunque todo el mundo me conoce, son muy pocos los que realmente me conocen».
Su segunda esposa y su hermana ya habían fallecido en ese momento y las relaciones cercanas con sus hijos no parecían ser muy importantes para el genio de la física. Einstein solo le contó a Fantova una vez de la visita de un nieto. El científico apuntó que es «muy simpático», incluso «más simpático que su padre y su abuelo», y que «no realizará hazañas heroicas, pero seguirá su camino».
Los escritos ofrecen muchas perspectivas personales sobre la vida del genio de la física, que en ese momento ya se describía a sí mismo como un «viejo chocho» y que confesaba, entre otras cosas, que le hubiera gustado ser profesor de secundaria. También afirmaba que sentía «mucho» la edad. «Me gusta vivir, pero no me importaría que de repente se acabara», confesó.
La situación mundial a principios de la década de 1950, con el inicio de la Guerra Fría, el previsible rearme alemán, el conflicto de Oriente Próximo y la era McCarthy en Estados Unidos, no lo hacía ser optimista.
«¡El mundo no es bonito! Pero podría serlo si las personas fueran diferentes. Como cada uno solo se preocupa por sí mismo, no se hace lo suficiente por el bien común», señalaba. Creía que las personas son «un mal invento» y que ya había dejado en claro cuál era su opinión sobre la política mundial con la famosa foto en la que saca la lengua: «Haber sacado la lengua refleja mis opiniones políticas».