Desde el Malecón

“¡Pago a diez mil pesos el ‘gramito’ de oro!”

Entre ferias municipales, trueques improvisados y vendedores clandestinos, la economía cubana busca sobrevivir al desabastecimiento con ingenio, humor y un toque de oro callejero.

Mesa de venta con electrodomésticos y artículos del hogar en un mercado informal en La Habana.
Mesa de venta con electrodomésticos y artículos del hogar en un mercado informal en La Habana.

Cooperativas y privados en acción en la capital cubana. Supongo que en el resto de la isla sea de igual acontecer: las ferias organizadas por los gobiernos municipales son la mejor opción para llevar la alimentación a casa. Porque ya bien poco es lo que ofrece la cartilla, insuficiente como quiera que se mire. A la feria, a las buenas o a las malas.

De igual modo, en esas improvisadas carpas, se encuentran útiles para el hogar, aseo, detergentes, efectos electrodomésticos, ropa, perfumería. calzado y cualquier cosa vendible necesaria para el hogar o personal.

Y vaya sorpresas bochornosas que uno se lleva en el parque donde cada semana se realizan  que ya estamos acostumbrados a soportarlas: Azúcar refino de Venezuela, azúcar morena o prieta como le llamamos, de Brasil. Y si fuera poco, pan rallado Onena llegado del País Vasco. Profundo pesar de ser el principal productor de azúcar de caña en el mundo y tener ahora que importarla o, lo peor, rogarla por donación.

La única empresa estatal presente esa mañana fue un camión de la heladería Coppelia, otrora la reina de los helados y ya hoy superada en calidad por el sector privado, que situó en una de las calles de la manzana, un vehículo refrigerado, colgó con aviso manuscrito en un cartón y ofreció tinas de cuatro litros de mantecado.

No apareció nadie vendiendo un pernil de elefante porque los inspectores municipales y la policía son extremadamente estrictos en todo lo que se oferta y sobre todo, en los precios que se fijan so pena de multas que provocan mareos a los infractores. Un relajo con orden.

Sin embargo, están los “clandestinos”, esos que no necesitan tarimas ni carpas coloridas y se mueven junto a la multitud. Exhiben en sus manos o bolsas la mercancía que pueden ser cigarros  nacionales, pomadita china, dulce de leche “traído desde Camagüey” y hasta aguacates muy baratos.

Entre ellos, al metal precioso. La fiebre del oro en versión caribeña. Lo vocea con palabras, en oferta concisa, un tanto graciosa: “Pago hasta 10.000 pesos (unos 20 euros en el mercado informal) el ‘gramito’ de oro” sin tener mucho en cuenta los quilates y cómo está la tasa en el mercado mundial. Se mueve este caballero como manecilla de un reloj por los cuatro costados del parque sin que alguien le pueda interesar la oferta.

Bien concurrida estas convocatorias para gente de pueblo porque los precios, que continúan altos, aquí bajan en algo, son más asequibles. Se nota en el nivel de compras. También en la diferencia entre quien llena el carrito y quien se lleva par de boniatos en las manos.

Todo esto, en un día, 10 de octubre, de carácter feriado por el inicio de nuestras guerras de independencia donde casi nadie trabaja menos los privados y cooperativistas que siempre están a la orden del día así llueva, truene o relampaguee.

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