¿Qué es la regeneración democrática?

Especial XXIII Aniversario

¿Qué es la regeneración democrática?

Carlos Martínez Gorriarán

Cuando creamos UPyD, en 2007, ningún partido hablaba de la regeneración democrática como la principal tarea política de nuestra época. Sin duda es un tema de moda. Cuando creamos UPyD, en 2007, ningún partido hablaba de la regeneración democrática como la principal tarea política de nuestra época, pese al gran pedigrí intelectual del concepto en España (obra de Costa, Ramón y Cajal, Ortega y Gasset, Clara Campoamor y muchos otros), pero ha terminado en el centro del debate político.

Por desgracia, la crisis y la indignación social contra un mal funcionamiento de la democracia mucho más viejo que la crisis es más importante en este interés por la regeneración que la búsqueda de lo mejor, pero eso es lo corriente en los asuntos humanos, con permiso de Platón. Por otra parte, España es un país donde, y podemos estar orgullosos de esto viendo a nuestros vecinos europeos, la democracia no está en crisis amenazada por movimientos xenófobos o antisistema (salvo los nacionalistas radicales habituales), sino deteriorada por el mal funcionamiento de las instituciones políticas: la mayoría queremos una democracia de más calidad, no otra cosa.

Hay muchas opiniones sobre en qué debería consistir tal proceso regenerativo, muchas procedentes de quienes hacen mucho por impedirla en su propio entorno, e incluso el Gobierno ha presentado su propio Plan de Regeneración (deben creer que es algo semejante a su amnistía fiscal, una generosa auto absolución que ponga a cero el contador de faltas, pifias y delitos). No está mal, considerando la indignación con la que Rajoy comenzó su legislatura contra los que denunciábamos la corrupción. Por lo tanto, y sin afán dogmático, creo útil aportar algunas ideas al respecto. Quien esté interesado en una propuesta más extensa y profunda, puede verla aquí.

La regeneración democrática y las instituciones
La regeneración de la democracia no es en esencia otra cosa que conseguir que la democracia funcione, esto es, el desarrollo de sus principios básicos, sobre todo de la igualdad jurídica, el cumplimiento universal de las leyes y el desarrollo de las libertades y derechos personales. Descendiendo a lo concreto, que es el terreno de la política real, que la democracia funcione no es otra cosa que el buen funcionamiento de sus instituciones.

La democracia avanzada, a diferencia de sus primitivas etapas asamblearia y oligopólica (en la que estamos ahora atascados e indignados), descansa en una red de instituciones entrelazadas (jurídicas, administrativas, representativas, reguladoras, participativas, económicas, sociales y muchas otras), unas públicas y otras privadas o mixtas, cuya función política es hacer reales las previsiones de la Constitución y de las leyes.

Así, la igualdad jurídica, para ser real, exige la existencia de una administración de justicia eficaz, independiente y neutral, y por supuesto igualitaria (que trate a todos por igual). Es cierto que también importa, y mucho, la calidad de las leyes, la suficiencia de medios y la profesionalidad de la administración y de sus miembros (jueces, magistrados, fiscales, letrados etc.), pero sin una justicia independiente es inútil esperar verdadera igualdad jurídica, como nos hemos hartado de comprobar a diario en España todos estos años. Por tanto, regenerar la democracia restaurando la igualdad jurídica, o pasándola de las musas al teatro, comienza instituyendo una justicia independiente mediante las leyes e instituciones adecuadas a ese fin. Es uno de los objetivos fundamentales que debe perseguir la reforma de nuestra Constitución, insuficiente en separación de poderes.

El ejemplo de la justicia será suficientemente claro como paradigma aplicable a todas las instituciones y los asuntos de que se encargan. Para combatir la corrupción no basta, por ejemplo, con la indignación moral ni el reproche penal: es indispensable que existan leyes preventivas de calidad -como buenas leyes de transparencia, de contratos públicos y de incompatibilidades- e instituciones supervisoras y reguladoras rigurosamente independientes, encargadas de escrutar escrupulosamente que todo se haga como es debido y de corregir cualquier mala práctica detectada a tiempo.

Regeneración democrática, economía y pobreza
Si hubiéramos contado con instituciones de ese tipo no sólo no habría habido corrupción institucionalizada, sino que tampoco habríamos asistido, impotentes y burlados, al hundimiento de las Cajas de Ahorro y el consiguiente rescate que nos ha arruinado para una generación.

Si el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores, además de la Fiscalía, hubieran ejercido rigurosamente sus competencias en vez de servir a los intereses espurios del gobierno, los partidos tradicionales y el establishment financiero, la crisis financiera no habría sido tan profunda y ahora no padeceríamos un paro tan elevado, una deflación tan brutal de los salarios, ni una reducción tan drástica del crédito. Por supuesto, si el dinero que teníamos y el que hubo que pedir prestado a la troika no se hubiera dedicado a salvar indiscriminadamente entidades de ahorro hundidas extendiendo enormes cheques en blanco, no habría que reducir el déficit público mediante recortes injustificables a la sanidad y la educación, los servicios sociales, la inversión productiva y la ciencia.

¡Sólo el rescate de las Cajas gallegas que forman ahora Caixanova nos ha costado 6.000 millones € irrecuperables! (casi la misma cantidad dedicada a una institución superflua en los PGE: las Diputaciones provinciales). Una cifra semejante a los recortes del Estado en sanidad o educación, y casi diez veces lo estimado necesario para sostener el agónico sistema de ciencia e I+D. Pero esta pérdida, que es mucho mayor considerando todos los rescates, no ha sido consecuencia de la naturaleza, sino del fracaso de las instituciones encargadas de prevenirlo, impedirlo y paliarlo.

Si somos más pobres es porque tenemos una democracia muy deteriorada, de baja calidad, con instituciones controladas por quienes debían ser controlados, desde el Poder Judicial y la fiscalía en manos del Gobierno hasta los organismos supervisores que han controlado los defraudadores y saqueadores.

Dada la insistencia indecente de los viejos partidos (y ahora especialmente del PP sin que PSOE, IU y demás sean inocentes sino todo lo contrario) en separar calidad de la democracia y crisis económica, como si fueran cosas que no tienen nada que ver, hay que insistir en lo contrario. La regeneración democrática es la estrategia que busca prevenir e impedir que el deterioro de las instituciones se traduzca en crisis económica y social. El buen funcionamiento de las instituciones es vital para impedir que una crisis financiera se desboque y afecte sobre todo, con enorme injusticia, a los sectores y personas más vulnerables de la sociedad, mientras se protege con recursos públicos a modelos de negocio en buena parte anacrónicos (como el mercado eléctrico).

Lo que no sirve para la regeneración democrática
El peligro, como en todas las batallas de ideas, está en trivializar el concepto de regeneración política. No es un bálsamo de Fierabrás ni se debe acabar confundiéndola con el marketing, que como sucedáneo de la política conduce inexorablemente al populismo (como el de construir infraestructuras superfluas y muy caras solo porque da votos).

Así, es evidente que los partidos políticos deben regenerarse o dejar paso a otros mejores, pero esto no depende sólo de ellos mismos, sino de los ciudadanos que votan y de otras instituciones influyentes, como los medios de comunicación. Recordemos que para haber corrupción el corruptor debe encontrar a quien se deje corromper o desee ser engañado. Sin una ciudadanía más exigente, educada y activa, clamar por la regeneración será tan eficaz como sacar a los santos de procesión cuando hay sequía.

Tampoco sirve sustituir los partidos políticos existentes por nuevas formaciones con principios y lógica semejantes. No es seguro si un viejo partido se hará mejor adoptando las elecciones primarias, la transparencia de su financiación o la libertad de voto para sus representantes, pero sí podemos estar seguros de que no hacerlo le mantendrá, y a nosotros con él si es mayoritario, en la más triste de las degeneraciones… Introducir estas y otras reformas constituye una condición necesaria, aunque no suficiente; ¡la regeneración no es un proceso fácil, automático ni rápido!

Igual de errónea es la insistencia en que “regenerar la democracia” es, sobre todo, un estado de ánimo y un cierto estilo de comunicación. Por ejemplo, que la clave radica en que basta con recurrir a los jóvenes, dando por buena la bobada paidocrática de que la juventud es, en sí misma, la cota más alta de moralidad y conocimiento. Renovar caras evitaría tener que renovar las ideas, algo siempre difícil para los convencidos de que los ingleses deberían haber prescindido en 1940 del ya muy viejo Winston Churchill para enfrentarse a los nazis, poniendo en su lugar al Cabo Rusty con Rintintín (para los más jóvenes, una muestra).
Compartiendo la obviedad de que regenerar la democracia implica la profunda renovación del colectivo de cargos políticos, esta no serviría de nada si no se hace en base a criterios de competencia, compromiso y conocimiento de las cosas, y no de casting, es decir, de elegir a los más fashion, encantadores y telegénicos. Pero ciertos “regeneradores” académicos y mediáticos siguen concibiendo la democracia como una liga deportiva donde ellos se reservan el papel de entrenadores y representantes de sus figuras.

El peligro que amenaza a la idea emergente de regeneración democrática es convertirla en un espectáculo. Puesto que la regeneración implica cambiar las instituciones, no puede hacerse sin un proyecto político factible y suficiente a cargo de partidos solventes y fiables. Aunque lo verdaderamente imprescindible, la conditio sine qua non, es una ciudadanía que no espere el paraíso de la política, sino otra que organice un mundo donde existir no sea una tragedia para tantos.

*Carlos Martínez Gorriarán, responsable de Programa y Acción Política de UPyD

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