Democracia sin votantes

Detrás de la cortina

Democracia sin votantes

Los verdaderos problemas de los ciudadanos han estado ausentes de la campaña electoral de las elecciones europeas. El desinterés de los ciudadanos por las elecciones europeas es un fenómeno creciente y que tiene una explicación bastante clara: el que más y el que menos desconoce por completo la utilidad real que puede tener votar en estos comicios. Si es que tiene alguna.

O quizá sea lo contrario y lo que suceda es que la mayoría tiene claro que se trata de un gesto completamente inútil. De ahí que la participación no haya dejado de menguar en los últimos años, hasta situarse en cifras inferiores al 50%. Es decir, que menos de la mitad de los votantes potenciales deciden finalmente no acercarse a las urnas para depositar en ellas su papeleta.

Pero, francamente, no parece que ese detalle tenga demasiada importancia para los líderes europeos actuales. Un grupo que, por cierto, tampoco esconde, en realidad, lo poco que les importa este asunto.

Más allá de las declaraciones institucionales, vacías casi por definición, y del fervor guerrero de las tribus antieuropeas, curiosamente las más dispuestas a votar en estas elecciones supranacionales, aunque sólo sea para mostrar su rechazo, a los políticos de la Unión no les quita el sueño que la mayoría de los ciudadanos esté por abstenerse. Ni a los socialdemócratas ni a los conservadores.

Quizá porque esa abstención no tiene consecuencia alguna en el posterior reparto de escaños, ni de puestos, ni de prebendas. En caso contrario, seguramente, más de uno se tomaría en serio está especie de torneo veraniego.

Y si eso no va a cambiar, ¿qué se puede conseguir votando en unas elecciones europeas? Más allá del simbolismo de los gestos, poca cosa. Se decide la composición de un Parlamento europeo que no legisla y, en teoría, de un presidente de la Comisión que debe velar por el cumplimiento de los tratados.

Pero, ni siquiera este segundo asunto es completamente cierto, porque el Consejo Europeo, que agrupa a los jefes de estado, puede nombrar si lo desea a un candidato bien distinto al que, en teoría, haya ganado en las urnas. Y lógicamente, mientras menos legitima sea su ‘victoria’, por esa ausencia de votantes de la que hablábamos antes, mejor.

Esta generación de líderes europeos, y su cabeza visible la canciller alemana Angela Merkel, ha demostrado ya muy poco apego por dejar que los ciudadanos europeos decidan el futuro de la Unión en las urnas. Es más, incluso, cuando creían que resultaba beneficioso para sus intereses, han ‘otorgado’ el poder a políticos que ni siquiera contaban con el respaldo de una victoria electoral.

Cómo hicieron en Italia cuando convirtieron en primer ministro a Mario Monti para asegurarse de que los recortes que querían imponer se llevaban a cabo. O en Grecia, cuando se opusieron a que se los habitantes de este país tuvieran la posibilidad de votar en un referéndum si aceptaban o no los sacrificios que se les exigían a cambio del famoso rescate.

De modo que una abstención masiva no va a cambiar nada. Si acaso serviría para facilitar aún más las tradicionales maniobras de pasillo y los pactos fuera de foco que suelen utilizarse para tomar las decisiones importantes en Bruselas.

¿Y votar serviría de algo? Pues tampoco de mucho, en realidad. Por lo menos, no, si una vez realizado el gesto no se está dispuesto a exigir a los diputados electos que se hagan responsables de su acción política. Que mínimamente cumplan al menos con los programas que han defendido en las campañas.

Aunque, hasta eso, ya parece haber sido previstos por estos defensores de la democracia sin votantes que dirigen Europa. Para que nadie pueda reclamarles nada, lo mejor es no adquirir compromiso alguno.

Y, especialmente en España, ese ha sido el camino adoptado por los candidatos de los dos grandes partidos. Ninguno de ellos, ni Miguel Arias Cañete ni Elena Valenciano, ha explicado a los ciudadanos qué piensa hacer para acabar con los grandes problemas que todos conocemos.

¿Han escuchado ustedes a alguien dar detalles sobre el plan que defenderán en Europa para acabar con el desempleo en los países del sur? Algo más allá de esa ‘necesidad de reformas’ o esas ‘políticas de estímulo para que crezca la economía? ¿Les han oído hablar de cómo acabar con la corrupción instalada en sus filas?

Son sólo dos ejemplos. Pero hay unos cuántos más. Y un buen surtido de asuntos accesorios, sin importancia alguna para la vida cotidiana de nadie, que usan con destreza para mantenernos entretenidos, mientras acaban con el estado del bienestar y los derechos sociales que hicieron grande y envidiable al modelo social europeo.

Algo por lo que, seguro, todavía merece la pena luchar. Y hasta votar quizá. Aunque ni los políticos de la UE, ni las élites financieras que se sirven de ellos, parezcan estar de acuerdo.

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