Botella ha pedido permiso a su enemiga, perdón, adversaria, la delegada del Gobierno para instalar 46 cámaras más en otros tantos lugares estratégicos. Madrid será un gran plató, de hecho ya lo es: sale uno a las calles céntricas y decenas de cámaras le están inmortalizando. Para hacerse una idea, es como cuando se entra en una tienda de electrodomésticos y de pronto empieza uno a verse en decenas de televisores en las posturas más variadas. La diferencia es que en una tienda de electrodomésticos uno enseguida se percata de que le están enfocando y procura enseguida alisarse el pelo y arreglar el nudo de la corbata para salir favorecido.
En las calles de Madrid, no; uno no se ve ni siquiera se percata de que hay objetivos siguiéndole los pasos. Lo verán otros, se supone, en algún lugar oculto, pero el interesado ni se entera. Hace tiempo que hay cámaras dispuestas en lugares estratégicos. Vigilan por la seguridad de todos pero la verdad es que no son sólo los rateros de guardia los que quedan plasmados. Uno va la mar de tranquilo y su intimidad también puede verse comprometida.
La alcaldesa, Ana Botella, debe de estar muy satisfecha con los resultados de este servicio que seguramente facilita identificar a quienes siguen su consejo de beberse una taza de café con leche en la plaza de Oriente, porque proyecta ampliarlo. Ha pedido permiso a su enemiga, perdón, adversaria, la delegada del Gobierno para instalar 46 cámaras más en otros tantos lugares estratégicos. Así se ampliará el abanico de ángulos de enfoque y se multiplicará el número de fotografiados.
O séase, que mucho ojo; ya sé, ya sé que ningún lector de esta columna va a acercar su mano al bolso de ninguna turista, pero, ¿quién puede descartar totalmente que no pueda darse un garbeo por la Gran Vía cogido de la mano de una amiga o un amigo en una imagen comprometida para la fidelidad conyugal, ¿verdad? Visto lo visto, lo mejor será quedarse en casa y que sea lo que Dios quiera porque en la calle nuestro anonimato cada vez es más vulnerable.
