En el centro de Europa también sufren escándalos que implican a cargos públicos llevándoselo más o menos (según la versión) crudo a lugares como Suiza, Panamá o las Bahamas. La semana viene caliente desde Alemania. A la dimisión del secretario de Estado de Cultura del Gobierno regional berlinés, el socialdemócrata André Schmitz, por una cuentecilla en Suiza ahora le sigue la polémica desatada por el tesorero de la CDU –el partido de Angela Merkel, para entendernos-, que durante muchos años tuvo parte de su pasta guardada en paraísos fiscales como las islas Bahamas o Panamá.
Mi jefe dice que estos alemanes siempre han trabajado muy mucho el llamado riesgo reputacional. Esto es; cuidarse la imagen y hacer ver que son unos tíos íntegros, honestos y tal y cual. Si bien es cierto que las habas que cuecen allí no parecen alcanzar la magnitud de las que cocemos por aquí (o por Italia, o por Grecia…), los casos de Schmitz y del tesorero Helmut Linssen ponen en evidencia que hay de todo en todas partes.
No hay más que recordar, por ejemplo, lo del nuevo aeropuerto de Berlín. Planeado a mediados de la década pasada y con fecha de finalización en el 2011, a día de hoy siguen los operarios levantándolo con el consiguiente sobrecoste y las consiguientes demandas de las aerolíneas, que se amontonan en los juzgados. Y es que dicho así a todos nos suena muy de andar por casa, pero es que no. Es que es en Berlín.
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La mecánica reputacional de los alemanes
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