Un español medio, y cuando digo español digo española, parece que consulta el móvil ¡ciento cincuenta veces al día! Vivimos para el móvil, igual que antes vivíamos para el coche; nuestras vidas han cambiado desde que se inventó el teléfono móvil. Un español medio, y cuando digo español digo española, parece que consulta el móvil ¡ciento cincuenta veces al día! Echo cuentas mentalmente, sumo y divido minutos, y la conclusión es que muchos compatriotas no deben de hacer otra cosa. El móvil es nuestro principal motivo de atención cotidiana. Los hombres apenas miramos ya las piernas de las mujeres y las mujeres dudo que presten la más mínima atención al paquete de los hombres. El móvil, incluso sin timbrar, no deja tiempo para otra cosa.
Los sms, los whatsapp y demás aplicaciones de mensajería, además de las conversaciones, se han convertido más que en un servicio, en un vicio. Alguna erótica debe de tener el teléfono móvil, desde luego, cuando nos ha enganchado tanto como un buen orgasmo y nos ha creado tanta dependencia como nos ha creado. ¿Cómo vivíamos cuando no disponíamos de móvil? O, mejor aún, ¿cómo podríamos vivir si de pronto desapareciesen los móviles en nuestro día a día? Hoy se prescinde más fácil del reloj que del móvil. Sin el móvil en el bolsillo no se puede salir de casa. Es como una droga que crea adicción en cuanto se prueba y mono cuando no se tiene al alcance.
La duda que crea el móvil es cómo habrá que hacer para deshabituarse de su dependencia ¿Existirá algún fármaco, algún tratamiento psicológico, algún subterfugio desintoxicador que facilite prescindir de la consulta compulsiva a la pequeña pantalla en espera de algún mensaje providencial que nos proporcione consuelo amoroso o esperanzas para llegar a fin de mes con algún billetito en el bolsillo? El móvil no es barato, pero es lo único cuya factura no se discute ni suele propiciar propósito de enmienda y voluntad de ser más comedido en su uso para el futuro.
