Guardias de otros tiempos

Seguridad

Guardias de otros tiempos

Una de las instituciones públicas que mejor se ha adaptado a las normas básicas de la convivencia democrática quizás sea la Guardia Civil, pero hay excepciones. Una de las instituciones públicas que mejor se ha adaptado a las normas básicas de la convivencia democrática quizás sea la Guardia Civil. Ha mejorado en eficacia, en respeto y en el trato con a los ciudadanos. Un guardia civil con tricornio ya no inspira miedo a las personas que nada tengan que ocultar, algo que unas décadas atrás no ocurría. Pero, como todo en la vida, hay excepciones, quiero creer que muy pocas. Alguna salta a los medios cuando algún agente, oficial o incluso jefe confunde su condición con la de los delincuentes que tiene que perseguir y otros que se olvidan, confío que circunstancialmente, de que el cumplimiento de su función no les proporciona barra libre para dar rienda suelta a su ira y temperamento exaltado.

El jueves 26 recién pasado tuve la mala suerte de ser abordado por una pareja del servicio de tráfico a las 20,54 de la tarde en el kilómetro 142 de la autovía A6 con unos modos por parte del conductor del coche patrulla con los que hacía mucho tiempo que no me trataba nadie y menos en mi propio país y mucho menos por alguien a cuyo sueldo contribuyo. No entro a discutir por supuesto las razones de la denuncia que de forma airada me hizo; lo haré en el correspondiente recurso y, en cualquier caso, incluso en el de que él fuese el equivocado, entiendo que cumplía su obligación con buena fe. Lo que me resultó tan sorprendente como intolerable fue el tono con que me abordó, la negativa a escucharme, y el trato alterado tanto al pedirme la documentación como al mostrarme la denuncia. Talo parecía que respondiese a una agresión por mi parte.

Ignoro si el hombre, un ser humano al fin y al cabo, tenía un mal día, si la cena y las libaciones de la cena de Navidad le habían averiado el estómago, si tenía, como nos ocurre a muchos, problemas económicos para llegar a fin de mes o le habían enfadado las noticias sobre las subidas de las tarifas de algunos servicios, como la electricidad. Son, lo sé, cosas que agrían el carácter, pero… yo, la verdad, al margen insisto de haber cometido una ambigua infracción del Reglamento de Tráfico que no me aclaró, no me sentía responsable. Viendo su actitud exaltada, que hasta me hizo temer una agresión física, que por supuesto no se produjo, bajé mi propio tono para evitar ponerme a su nivel de decibelios.

Antes de despedirme, después de retenerme casi una hora en el trámite sin motivo aparente y sin permitirme bajar del coche a estirar las piernas en la espera, sí me permití decirle que su manera de tratarme me recordaba mucho otros tiempos felizmente superados en que la guardia civil lejos de inspirar tranquilidad provocaba miedo. Entonces los niños y jóvenes de mi pueblo, en Asturias, cuando veíamos a un guardia civil con su uniforme verde echábamos instintivamente a correr. Yo no recuerdo motivo alguno para escapar pero la reacción que inspiraban aquellos agentes de frecuentes malas pulgas debería ser por algo.

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