Pablo Alborán y el derecho a decidir

Detrás de la cortina

Pablo Alborán y el derecho a decidir

Rafael Alba, periodista

El cantante malagueño Pablo Alborán ha grabado en catalán ‘Solamente tú’, una de sus canciones emblemáticas. Este ‘Ningú mes que tú’ significa mucho más de lo que parece. El cantante malagueño Pablo Alborán ha grabado en catalán ‘Solamente tú’, una de sus canciones emblemáticas. Este ‘Ningú mes que tú’ significa mucho más de lo que parece.

Sépanlo de una vez las hordas del nacionalismo español más rancio: la destrucción de la industria cultural hispana, realizada de modo sistemático y con la única idea de devastar al enemigo ideológico, es una de las explicaciones más evidentes de la pérdida acelerada de aquella identidad común que, no hace tanto, unía a todos los pueblos de España.

Porque curiosamente, la supuesta defensa del castellano como ‘casa común’ compartida que nos permite entendernos ha sido, y es todavía, en muchos casos, más un arma para usar contra quienes reivindican el resto de los idiomas que se hablan en la península ibérica que una verdadera apuesta por fraguar afinidades.

De hecho, estos mismos colectivos suelen demostrar a la vez un total desprecio por todas las manifestaciones artísticas que se expresan a través de la llamada lengua española. Lo mismo que, por asuntos tan presuntamente pasados de moda como los derechos de autor.

Todo, tal vez, por el simple hecho de creer que quienes se dedican a este trabajo se encuentran siempre en la antípodas ideológicas de sus grupos de influencia. Lo que podría ser o no ser cierto, pero tiene poco que ver con el desarrollo de un sentimiento común y unitario, como el que se dice querer propiciar.

La subida del IVA cultural, o los desaires del ministro Montoro al cine español son sólo los últimos capítulos de una batalla sorda y duradera contra todo un sector al que se quiere privar de sus fuentes de financiación y hasta despojar de cualquier atisbo de clientela que aparezca en el horizonte.

Pero ese error de privilegiar los productos procedentes de otras latitudes en detrimento de los propios acaba pasando una costosa factura: simple y llanamente se produce la pérdida total de la identidad común que ha agrupado a los pueblos hispanos a lo largo de la historia de la que hablábamos antes.

No hace mucho tiempo, unas tres o cuatro décadas quizá, era posible que un cantante como Joan Manuel Serrat, hombre del ‘Poble Nou’, y de madre aragonesa,iniciará un recital, emitido, por cierto, en un programa de la televisión pública española, cantando ‘Mediterráneo’ y continuará luego con ‘Canço de bressol’, un tema escrito en catalán que empieza con una nana en castellano. Y luego simultaneara tonadas en ambos idiomas sin que a nadie le resultara raro. Era algo completamente natural y aceptado en todas partes.

Lo mismo que el deseo de los artistas catalanes de tocar en el resto de España y hacerse entender. Grupos como La Trinca, antes de grabar en castellano y repetir en toda la península el enorme éxito que habían tenido en Cataluña, inventaron un peculiar sistema de ‘supertítulos’, para que quienes asistían a sus conciertos pudieran comprender sus letras. Porque sus canciones, su humor propio, no tenía sentido si el público no las entendía.

Tiempo después, sin embargo, Raimon recibió una sonara pitada por cantar en catalán en la capital de España un acto de homenaje a las víctimas del terrorismo. Y era el mismo artista que había protagonizado en la década de los sesenta un recital en Madrid que se convirtió, para todos los españoles, en un símbolo común de la lucha por la libertad. Lo mismo que su canción ‘Al vent’ o ‘L’estaca’ de Lluis Llach.

Estos discos no llegaron a clasificarse en los ‘hit parades’ de entonces, pero, no cabe duda de que se vendieron por miles en todo el territorio nacional. Y no sólo porque la lucha contra el franquismo contribuyera a forjar un sentimiento de unidad que se ha desvanecido después. También porque eran dos canciones excelentes de memorables melodías.

Lamentablemente, el éxito actual de bandas como Manel, que han conseguido auparse el número uno de las listas españolas con un álbum cantado en catalán, se relaciona más bien con la espectacular caída de las ventas que se ha producido en los últimos años que con la capacidad de penetración de este interesante grupo en mercados alejados de su área lingüística o su nicho estilístico.

Aunque ha sido reconfortante ver como, después de muchos años un grupo que cantaba en un idioma peninsular distinto del castellano volvía a colgar el ‘cartel de no hay billetes’ en Madrid.

De modo, que a lo mejor no es tan fácil entender a ese sector ultramontano que alaba a los artistas españoles que escriben sus canciones en inglés, en busca de un supuesto mercado más amplio que, por regla general jamás supera los Pirineos, y a la vez se opone a que un catalán cante en su idioma cuando viene a Madrid. ¿O sí?

Nadie debería criticar a Cataluña por defender su idioma. Como nadie, espero, atacara a Pablo Alborán por haber querido acercarse al público que tiene en aquella parte del país regalándoles una canción traducida a su lengua para que sonara en un especial de TV3.

Ese ‘Solamente tú’ que, dejando a un lado los gustos personales, ha sido tarareado en toda España y que reconvertido ahora en ‘Ningú mes que tú’, le servirá para acercarse aún más a sus incondicionales catalanoparlantes.

Otra cosa son los comportamientos sectarios, y casi racistas, que poco o nada tienen que ver con el deseo de preservar un cultura autóctona que, por cierto, nos pertenece a todos. ¿O hay algo ‘más español’ que la rumba catalana? Una forma de actuar, dividir y provocar enfrentamientos que se dan en los dos bandos en litigio con similar virulencia.

Grupos de intereses, no siempre legítimos, que, sin embargo, tienen también muchas cosas en común. Entre otras, el poco valor que conceden a la cultura. A pesar de que se trata del mayor elemento integrador que existe y la correa de transmisión más efectiva para aumentar la influencia de un ‘país’ en el mundo.

A ningún político estadounidense, sea de la ideología que sea, se le ocurriría descalificar a la industria de Hollywood en su conjunto. Incluso si se diera el caso de que no le gustara el cine.

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