Aunque todos los partidos políticos reivindican la transparencia como un pilar de la democracia, casi ninguno la practica. A estas alturas del partido, con la crisis aún vigente para la mayoría de los mortales, quizá algunos responsables públicos podrían empezar a ahorrarse sus grandilocuentes declaraciones. Al menos, las que se refieren a supuestos principios básicos e inviolables del sistema democrático que no tienen en realidad ningún interés en respetar.
Es el caso, por ejemplo, de la transparencia. Ese gran concepto reivindicado por todos y que casi ninguno practica. Al contrario, la opacidad en las actuaciones, las explicaciones incompletas y las medias verdades o las mentiras completas se han generalizado en los últimos tiempos hasta convertirse en la característica general de la gestión de la mayoría de los políticos, de uno y otro signo, que últimamente han ostentado alguna porción poder en cualquier instancia.
La tendencia dominante es la de ocultarlo todo debajo de la alfombra e incluso, cuando algún secreto inconfesable se descubre negar la mayor tantas veces como haga falta. Y si bien, para ser justos, es necesario señalar que se trata de un comportamiento extendido por todas las tribus políticas hispanas, prácticamente sin excepción, también, y por el mismo motivo, hay que concederle al PP el primer puesto en este ranking.
Y ahí está para demostrarlo el culebrón de los papeles de Bárcenas, con su ‘contabilidad b’, sus sobres con dinero y el aroma de financiación dudosa que se extiende por Génova y aledaños, un bonito conjunto que afecta a toda la cúpula de este partido y salpica al propio presidente del Gobierno.
Hombres y mujeres que han demostrado una capacidad prodigiosa para cambiar su versión de los hechos cada vez que la justicia les deja en evidencia, como ha pasado otra vez esta misma semana tras el último auto de Ruz. Lo único que está claro es que no piensan decir la verdad. Nunca. Nada de claridad, luz y taquígrafos. Cuanto más lío mejor.
También la reciente destitución de una funcionaria de Hacienda, que ocupaba un cargo de libre designación, por motivos no aclarados. Desde la Agencia Tributaria se habla de remodelación tras el cambio de máximo responsable, pero no se despejan las dudas razonables que existen alrededor de un caso, que implica a una multinacional presuntamente ‘defraudora’ y ha sacado a la luz la existencia de lobbys de exfuncionarios que pululan alrededor de los inspectores ‘interesándose personalmente’ por algunos casos.
Aunque a la hora de destituir y cambiar sin dar explicaciones a los responsables de investigar asuntos turbios relacionados con dineros de procedencia inconfesable, resulta difícil ponerse a la altura del Ministerio del Interior que no parece capaz de encontrar un profesional competente para hacerse cargo de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal. Y eso que el titular de la cartera, Jorge Fernández Díaz, ya ha probado a unos cuántos. Lo malo es que lidiar con el ‘caso Gürtel’ no debe ser tarea fácil.
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¿Transparencia? No, gracias
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