La derrota de Madrid como sede olímpica en el 2020 va a costarnos un ojo de la cara; mejor dicho, va a seguir costándonos un ojo de la cara porque el otro ya lo hemos hipotecado estos años pasados para hacer frente a los gastos ya contraídos en el empeño, incluidos los del viaje de autoridades y gorrones que quisieron sumarse por la cara a la frustrada fiesta del sábado en Buenos Aires. Pero, ojo, no a todos, que diferencias siempre hay. A la hora de escotar, no todos contribuiremos igual para abonar la cuenta del despilfarro. Incluso habrá convecinos que en vez de pagar, la iniciativa gallardonescabotellil ya les ha proporcionado pingües beneficios.
Las obras que la alcaldesa alardeaba en su chapurreo que ya están acabadas y a menudo muertas han supuesto cerca de seis mil millones de euros, astronómica cifra que por si sola refleja el forro que con ella se habrán colocado en sus riñones muchos adjudicatarios de obras, contratos y servicios que el Ayuntamiento pagó. Madrid ha perdido, y con Madrid casi todos sus habitantes, pero unos cuantos, mayormente grandes empresas constructoras, en cambio han hecho sus años gordos o su década de oro. Será imposible, imagino, cuantificar la cifra que alcanzaron los beneficios netos que propiciaron las obras, pero si se puede decir, sin temor a equivocarse, que han sido unas ganancias considerables. Más de uno mirando a su alrededor, se frotará las manos.
Mientras la autoridad municipal, autonómica y nacional seguirá imponiendo recortes y austeridad a enfermos, ancianos, niños y demás necesitados de ayudas para curarse, sobrellevar los años o formarse para el futuro. Madrid entre tanto, a falta de mejores títulos como el de futura ciudad olímpica — que ese ya sabemos que se le resiste como gato panza arriba –, pero sí tiene el menos honroso de capital más endeudada de Europa y alrededores.
