Los bancos son el problema del euro

Detrás de la cortina

Los bancos son el problema del euro

Si las cotizaciones bursátiles son, como indican las teorías clásicas, una prueba de lo que piensan los inversores sobre el estado real de las compañías resulta evidente que su percepción sobre los bancos europeos no es demasiado buena.

Como señala la prestigiosa revista The Economist, en su último número, de promedio, las entidades financieras del Viejo Continente cuestan en Bolsa mucho menos que el valor que se atribuyen en sus libros. Algunas, incluso, tienen ratios situados por debajo de 0,5. Muy inferiores a los que exhiben ahora los bancos estadounidenses que, en general, están por encima de 1. Quizá, como argumenta esta publicación la diferencia resida en la rapidez con que las autoridades estadounidenses hicieron aflorar los estados reales de los bancos, los nacionalizaron y los recapitalizaron. Una actitud muy distinta a la exhibida por las autoridades europeas.

Tanto es así que, con claros signos de que la crisis económica que afecta a la UE se agrava por momentos, el crédito sigue sin fluir. Lo que hace que muchos analistas internacionales den ya por seguro que las entidades financieras europeas son en este momento, muy parecidas a los bancos japoneses de la década pérdida. Aquellos zombies que aguantaban en pie gracias a la respiración asistida del dinero público, pero que no tenían verdaderas posibilidades de dar préstamos y realizar la tarea que les corresponde en la revitalización de la economía.

Y, la verdad, es que ni Bruselas ni, sobre todo, Berlín tienen una actitud que parezca con capacidad de introducir cambios en esas percepciones. Como hemos visto esta semana, Alemania sigue obstaculizando los avances europeos hacia esa unión bancaria que parece deseable con tácticas que algunos articulistas han comparado al filibusterismo parlamentario.

Todo por su negativa constante a que exista un supervisor único con poderes para sancionar o instar la quiebra de las entidades en mal estado. Y, excusas aparte, empieza a resultar evidente que el único motivo que tienen Angela Merkel y los suyos para mantener esta postura es que no tienen la menor intención de que pueda trascender el estado real en el que se encuentra su sistema financiero.

La actitud, por supuesto, aumenta la sospechas. Más ahora, cuando hasta algún alto responsable de la supervisión bancaria estadounidense se ha atrevido ya a señalar directamente al Deustche Bank como un banco que se mueve al borde del colapso. Y también cuando Francia, que tiene sus propios problemas por las serias dudas que, por ejemplo, también proyecta SG, parece dispuesta a avanzar en la dirección correcta.

Pero, incluso ante la evidencia, los alemanes siguen en sus trece. Promoviendo test de resistencia dudosos, como todos los que ha realizado hasta ahora la denominada Autoridad Bancaria Europea, un organismo desprovisto de poderes y que permite que cada estado muestre lo que desee de sus bancos privados, por lo que las pruebas no son creíbles ni ofrecen resultados homogéneos. Tal es la desconfianza general que esta misma semana, el actual presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, ha admitido que «honestamente, no sabemos como está la banca europea».

Más aún, en un extraño arranque de sinceridad realizado a lo largo de una entrevista con cuatro periódicos europeos, Dijsselbloen, un político holandés a quien patrocinó Alemania, pero que se distancia de Berlín por momentos, admitió también que no sabía cuáles eran las necesidades de capital de las entidades porque ni los banqueros centrales, ni los ministros de los distintos países dan una imagen clara de la situación y reconocía que las anteriores pruebas de esfuerzo no funcionaron.

Tan profunda es ya la crisis de credibilidad del sistema financiero europeo que hasta la timorata Comisión Europea parece apostar fuerte por impulsar esa unión bancaria a la que se niega Alemania. Pero, el empecinamiento de Berlín va a terminar por costarle caro. Cada vez se extiende más la casi certeza de que el único motivo real de las autoridades teutonas para impulsar medidas que acrecentan la crisis del resto de la UE, los países periféricos, pero no sólo ellos, es la mala salud de unos bancos, que en una especie de espiral alucinada intentan salvar aprovechando el diferencial de tipos de interés que produce la crisis y condenando al empobrecimiento a sus socios.

Sin embargo, el estallido final puede ser peor de lo esperado, incluso por quienes supuestamente han diseñado la estrategia y conseguido que la servil clase política europea, en general, y germana, en particular, la pongan en práctica. Como pareció entender desde el primer momento EEUU, sin un saneamiento efectivo es imposible limpiar los balances dañados de esos grandes bancos zombies. Y conocer su estado real es un paso previo ineludible.

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