Letonia va a entrar en la zona del euro, si nada se tuerce, el próximo 1 de enero del 2014. Pero el nuevo miembro llega con sorpresita. A saber: un impuesto de sociedades del 15% (la tasa media de la región es superior al 23%) y un sinfín de incentivos fiscales para que las multinacionales se afinquen en territorio letón. Es decir, que nos llega un nuevo paraíso fiscal. Y, por supuesto, se mantienen los existentes.
Mi jefe ya suspira cuando se le tocan estos temas. Dice que nos vamos a llevar un susto de tres pares de narices en las próximas elecciones europeas, cuando observemos los datos de participación. Porque la falta de énfasis de la Comisión Europea para lograr que todo el mundo vaya a una lo único que consigue es que cada vez se le tenga menos simpatía a Bruselas.
Letonia es sólo un ejemplo más. Está Luxemburgo. Está la unión bancaria que llega pero que no llega, la regulación de los derivados que el comisario Michel Barnier prometió hace unos años y que tampoco avanza. Etcétera. La gente se está empezando a preguntar muy seriamente para qué sirve todo este invento del euro, en realidad. Y lo que es más grave: está empezando a cuestionar su funcionamiento.










