Draghi cambia crecimiento por inflación
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Draghi cambia crecimiento por inflación

Parece que el Banco Central Europeo (BCE) sólo se mueve cuando se avistan problemas para el sector financiero. Sin ir más, lejos la última y muy jaleada actuación de su presidente, Mario Draghi, ha coincidido con la caída vertiginosa que se estaba produciendo en los precios de la deuda pública tras el anuncio de la Reserva Federal de EEUU (FED) de que sus políticas de estímulo han entrado en la recta final.

Ese movimiento efectuado por Ben Bernanke, el presidente del banco central estadounidense, tuvo un efecto rápido en los mercados de deuda tensando al alza los tipos de interés y moviendo los precios a la baja, por la proporcionalidad inversa que liga a estas dos referencias en los productos de renta fija. Como consecuencia, la rebaja se trasladó inmediatamente al valor de las carteras de bonos públicos que mantienen los grandes actores del sector financiero.

Y, como estos títulos constituyen, además, buena parte del subyacente de múltiples productos derivados y nutren los colaterales que ejercen de garantía de estas inversiones híbridas y complejas, su súbita pérdida de valor amenazaba con poner en marcha los mecanismos automáticos de reposición a los que están sujetos estos complicados activos financieros.

Por muy compleja que parezca esta operativa, responsable, y conviene recordarlo, del inicio de la devastadora crisis económica que sacude al mundo civilizado, más allá de su retórica, el principio básico no puede ser más sencillo. Cuando una activo que ejerce como garantía de una transacción pierde valor y, por lo tanto, ya no cubre de manera suficiente el riesgo de pérdida, según lo previsto en los contratos, hay que ‘entregar’ nuevos colaterales que compensen la caída del valor de la garantía original.

si no se hace, se entra en el peligroso y desconocido mundo de los ‘cerdito events’, donde las pérdidas pueden multiplicarse hasta el infinito y, donde, sobre todo, nadie sabe exactamente de qué volúmenes estamos hablando. Porque si algo caracteriza también a estas bombas de relojería financiera, como hemos tenido ocasión de comprobar en reiteradas ocasiones, es la total opacidad de los mercados desregulados en los que se negocian.

Y es, ante este peligro, cuando Draghi ha salido a la palestra, mostrado su disposición a actuar como suministrador de liquidez si hiciera falta y contribuido a cortar de raíz la tendencia de ascenso de los tipos de interés a largo plazo que amenazaba con instalarse en los mercados. No lo hizo antes, ni siquiera cuando ese mal que afecta a las economías de los países periféricos de la Unión Europea (UE), como España, se trasladó al núcleo central, se instaló en Francia e hizo su aparición, bien que todavía de modo moderado, en la todopoderosa Alemania.

De hecho, hasta ahora Draghi se había limitado, hace unos meses, a renovar esa barra libre de crédito para los bancos que tiene en su seno otra curiosa y perversa paradoja. Resulta que el BCE, un banco público, sólo suministra crédito, y a tipos de interés preferenciales, a los bancos privados. Préstamos sin límite que no llegan a los ciudadanos porque las entidades los suelen utilizar para hacer negocio con la deuda pública gracias al diferencial de tipos de interés entre lo que tienen que pagar a la autoridad monetaria, poco, y lo que recibirán de los tesoros nacionales.

Otro indicio de esa manera de actuar de la institución con sede en Francfort que sólo tiene en cuenta los riesgos, y quizá los intereses, del puñado de inversores profesionales que constituyen esa amalgama de compañías financieras, entre ‘hedge funds’, grandes bancos y otras hierbas, a los que ahora Draghi, y antes sus dos antecesores en el cargo, nunca han fallado. Por lo menos, de momento.

Quizá llegados a este punto haya que considerar aquello de que ‘no hay mal que por bien no venga’, y que, esta vez, las complicaciones del sector financiero en los mercados de derivados, su fuente pasada, actual y futura de problemas, han servido para que se genere una mínima corriente de confianza en los mercados, detenido las subidas de tipo, y para que Draghi, con ese lenguaje enigmático que caracteriza a los banqueros centrales desde los tiempos de Alan Greenspan en la FED, admita, o más o menos, que ahora toca apostar por el crecimiento económico y despreocuparse un poco de la inflación, giro que puede suponer, y ¡ojalá! sea así, el inicio de un cambio en las políticas económicas y sociales que se han aplicado hasta ahora en la Eurozona con el supuesto objetivo de acabar con la larga crisis económica que ha empobrecido a sus ciudadanos.

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