Las maravillas de la fraternidad en el Ayuntamiento de Madrid

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Las maravillas de la fraternidad en el Ayuntamiento de Madrid

Carlos Humanes

Cuando uno mira a su alrededor y lo que le rodea es Madrid, la ciudad y el entorno de la comunidad autónoma, y analiza los extraños derroteros por los que discurre la política local, no puede evitar quedarse sorprendido ante la placidez que emana de unos ámbitos de poder en los que la oposición parece dormida.

El hecho de que ni la alcaldesa, Ana Botella, ni el presidente regional, Ignacio González, hayan sido elegidos en las urnas y de que, por lo tanto, su legitimidad democrática sea escasa, ya aporta un ingrediente desconocido en el mundo civilizado a este entorno singular.

Pero quizá sea todavía más particular, y mucho menos comprensible, la forma en que los partidos rivales de estos dos líderes ‘designados’, suelen reaccionar ante las múltiples iniciativas adoptadas que van contra los intereses de los ciudadanos. Una tibieza da la razón a quienes piensan que todos los políticos son iguales.

Para no hacer interminable el listado nos centraremos sólo en los desmanes recientes del Ayuntamiento de Madrid y sonoro silencio de PSOE e IU que les acompaña. Sólo, y muy de vez en cuando, UPyD levanta un poco la voz. Sin demasiado entusiasmo, por supuesto.

Un somero repaso a unos pocos casos concretos puede bastar. Por ejemplo, las mínimas protestas provocadas por las decisiones de poderosos funcionarios municipales como Fernando Villalonga, que tampoco ha sido elegido por nadie, dispuesto a vender a precio de saldo el patrimonio de los madrileños para tapar los agujeros provocados por la mala gestión de los administradores del partido en el poder. El mismo afán recaudatorio, que va a llevar al Consistorio a permitir que casi cualquier comercio con bar instale una terraza donde le parezca bien.

Aunque hay otros atentados al paisaje urbano aún más graves. Véase si no, la permisividad exhibida ante las construcción del Museo de las Colecciones Reales que se está edificando junto a la Almudena. Un esperpento que destroza el perfil de la ciudad visto en perspectiva al ocultar el conjunto formado por la catedral madrileña y el Teatro Real.

O los últimos casos de iniciativas urbanísticas incomprensibles que nos retrotraen a los viejos momentos de ‘esplendor’ de aquella cultura del ‘pelotazo’ de triste recuerdos, como la enorme torre que se pretende elevar en Madrid-Río, la ampliación prevista en el Santiago Bernabéu o el proyecto de remodelación de la Plaza de Canalejas. Y así, hasta completar un listado que se alarga un poco más cada día.

Lo peor es que luego, los miembros de los partidos de la oposición quizá se extrañen de que la desafección hacia los políticos tradicionales que anida entre la ciudadanía madrileña también les alcance a ellos. Pero se trata de la reacción lógica de unos votantes que descubren que sus representantes no se ocupan ni los más mínimo de cumplir con el mandato para el que fueron elegidos. Y no es que la posible desaparición de ciertas figuras políticas, que se han demostrado inútiles, deba ser motivo de preocupación. Sin embargo, sí habría que empezar a pensar con cautela en aquellos que pueden venir a sustituirles.

Si en poco tiempo aparece en Madrid algún Beppe Grillo castizo, u otro tipo de caudillo populista, capaz de capitalizar el creciente descontento y tomar el poder en el Ayuntamiento, la culpa y la responsabilidad será de los concejales que hoy se sientan en el Consistorio. Los que conforman la mayoría que sustenta a Ana Botella y, sobre todo, los componentes de esa oposición muda y domesticada, cuya razón de ser está en entredicho.

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