Desde que Caín mató a Abel, hace ya la pila de siglos, hay por ahí asesinos sueltos que amenazan nuestras vidas. Pero los tiempos van cambiando y las quijadas de burro, en una época en que los burros de cuatro patas empiezan a desaparecer, ya no son la mejor herramienta para quitar de en medio a nadie. Las nuevas tecnologías que evolucionan para lo bueno y de vez en cuando también para lo malo, ofrecen armas más eficaces: multiplican su capacidad de muerte y aumentan hasta el infinito la posibilidad de encubrir a quienes las manejan.
Lo último por ahora son los drones, esos aviones sin tripulantes que cuando menos te lo esperan te colocan un pepinazo en la cabeza que te deja hecho escombros humanos en menos tiempo del que hace falta para contarlo. Así, en los últimos meses varios sospechosos de atentar contra vidas ajenas ya han pasado en instantes a la historia del terrorismo por una vía más que expeditiva, similar a la que muchas víctimas utilizaban para imponer sus creencias o pretensiones, pero sin hacer justicia a principios que creíamos haber logrado.
Los drones son asesinos que se pasean por el aire como Pedro por su casa imponiendo la fuerza de sus adelantos informáticos y la puntería de sus objetivos sin hacer el más mínimo caso ni al derecho de cualquier ser humano a tener un juicio justo por sus fechorías – si es que las cometió – ni siquiera el de moverse por el espacio en función de una situación de guerra declarada. En la política norteamericana, de donde proceden tan ingeniosos como siniestros artilugios, la incursión de los drones en la ejecución de sentencias sin jueces ya crea marejada.
Senadores y representantes empiezan a levantar su voz en contra. Para empezar, como los estadounidenses son muy suyos, no se acepta que se liquide de esa forma a ciudadanos norteamericanos, que para eso están las sillas eléctricas y las inyecciones letales. Sin embargo sí cuando se trata de extranjeros y no parece de recibo que una simple orden administrativa permita cargarse a un ser humano tenga el pasaporte que tenga, por fundamentadas acusaciones que pasen sobre él. Para eso hay códigos penales, tribunales, fiscales, defensores y algo tan elemental en un estado de derecho como la escalada de recursos que garantiza el derecho a la defensa de cualquier persona. Porque cuando un dron te apunta, tu culpabilidad o tu inocencia ya no cuentan.
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