Los pocos votantes fieles que conserva el PSOE observan estos días horrorizados la última locura de Alfredo Pérez Rubalcaba, el actual líder de los socialistas españoles, que parece decidido a terminar para siempre con un partido que acumula 134 años de historia.
Para muchos de los simpatizantes leales que han seguido en el barco que se hunde a la espera de un cambio de rumbo, cada vez hay menos dudas de que Rubalcaba carece de la capacidad de liderazgo necesaria para conducir la nave en estos tiempos turbulentos. Podría ser, quizá, un buen secretario de Organización, o un lugarteniente hábil, pero no es el capitán capaz de sacar del hoy a la formación política que dirige.
Hasta hay quién dice que ni siquiera es eso lo que pretende. Que más que buscar una salida para la crisis de su partido, a lo que se dedica, en realidad, este secretario general, es encontrar el camino de su salvación individual. A costa de lo que sea.
Y la última prueba de ello estaría en el empeño puesto en estos días por Rubalcaba para urdir un gran pacto de estado con el PP, y otros partidos del arco parlamentario, que le permita a Rajoy, presentarse en el próximo Consejo Europeo con el respaldo de todas las fuerzas políticas españolas, para exigirle a Bruselas y Berlín un cambio de estrategia.
Muchos militantes atónitos, golpeados además por la reestructuración de plantilla y el ERE silencioso que la actual dirección socialista lleva a cabo en el partido, ven en esta decisión táctica de la cabeza visible del PSOE el espaldarazo definitivo de las tesis que defiende un grupo cada vez más nutrido de ciudadanos que asegura que los socialistas y los populares son dos versiones de lo mismo, con unas diferencias cada vez menos perceptibles.
El problema es que resulta complicado forjar un acuerdo con un grupo político que impulsa una Ley de Educación sectaria y una reforma de la Ley del Aborto, más cercanas a los intereses del Obispado católico que de la base de votantes laica que tradicionalmente ha apoyado al PSOE. ¿Cómo se puede pactar con un partido que defiende la necesidad de ‘adelgazar’ el Estado y dinamitar las coberturas sociales que España consiguió con tanto esfuerzo? ¿Cómo se puede llegar a acuerdos con quienes han decidido privatizar la Sanidad y avanzar a velocidad de crucero hacia el despido libre?
Va a ser muy difícil de entender por una sociedad plagada de ciudadanos descontentos que se movilizan cada día contra las múltiples injusticias que se derivan de la manera de hacer política del actual partido del Gobierno que el principal grupo de la oposición esté dispuesto a validar estas estrategias.
Tanto que, visto desde fuera, la única persona que parece poder beneficiarse de este despropósito es Mariano Rajoy, el debilitado presidente del Gobierno a quien empiezan a abandonar sus propios ‘barones’ regionales que pretenden huir de la quema y a quién el propio líder histórico del PP, José María Aznar ha criticado con dureza, recientemente.
El abrazo con Rubalcaba permitiría a Rajoy ofrecer al mundo una demostración gráfica de que no existe otra política distinta ni posible. Que las decisiones que ha tomado, duras y desagradables para él, son las únicas que podían adoptarse. Que no hay alternativa alguna a la política que lleva a cabo.
Y ese es precisamente el problema, porque como bien saben ya los desconcertados militantes de otros partidos socialistas europeos, como el griego, por ejemplo, si no hay alternativa, los ciudadanos no encontraran ningún motivo para entregarles sus votos y, en consecuencia, buscarán otras opciones que sí ofrezcan con nitidez caminos distintos al actual.







