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Un impuesto a las emisiones tóxicas de la banca

A medida que pasa el tiempo, la crisis se hace más profunda y las soluciones que aportan las recetas que nos vienen diagnosticadas desde Bruselas y Berlín hunden más y más la economía europea, sobre todo en los países del sur; resulta inevitable empezar a pensar que es hora de cambiar la medicina y de explorar otras causas para la enfermedad.

Otros motivos que se encuentren al margen de esa culpabilización unánime del déficit público realizada por el obediente puñado de probos funcionarios de la troica. Un grupo, tan bien pagado como poco responsable, que parece trabajar al dictado de los representantes de algunos intereses que poco tienen que ver con los de los ciudadanos.

Ahora, según ciertas crónicas, el ‘mantra’ que se acepta en la mayoría de las capitales europeas indica que tras las elecciones alemanas de septiembre, Angela Merkel y los suyos, de nuevo probables ganadores, aflojarán sus actuales exigencias a los países del sur del continente. Pero más allá de los deseos de algunos gobernantes en apuros, nadie puede garantizar que la profecía vaya a cumplirse. Sin embargo, si eso no ocurre, lo más probable es que sin una respuesta común y firme ante la soberbia autista de los teutones, se acelere el deterioro de las economías con problemas. Hasta el punto de que en los países afectados por los recortes el futuro puede llegar a ser mucho peor que esa foto terrible que han presentado esta semana los técnicos del FMI en su asamblea de Washington

En paralelo, empiezan a conocerse algunos datos sobre el lamentable estado en que parece estar la banca alemana. Un sistema bancario en el que se integran los principales prestamistas de Europa y el resto del mundo, y cuya profesionalidad y capacidad para olfatear el riesgo ha sido más bien escasa, a tenor de lo que se ve y de lo que puede intuirse. La impresión que da es que estos atribulados banqueros se hubiesen limitado a utilizar con extraordinario desahogo los recursos que tenían a su alcance, en especial, los procedentes del universo de los productos derivados. De ahí que, en este momento, muchas entidades de crédito germanas presenten situaciones patrimoniales más que preocupantes.

Y, tal vez haya llegado el momento de plantearse que, de la misma forma que la industria que realiza actividades peligrosas para el medio ambiente paga impuestos en compensación por los daños que causa, también la banca internacional debería pagar un gravamen global por sus actuaciones tóxicas. De hecho, en la última década han alcanzado tal magnitud que han producido la mayor devastación social que se recuerda. Nadie ha hecho tanto daño como esos malos prestamistas y sus armas financieras de destrucción masiva.

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Un impuesto a las emisiones tóxicas de la banca

Carlos Humanes

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