Los votantes llaman a la puerta

Detrás de la cortina

Los votantes llaman a la puerta

Miedo. Eso dicen tener algunos políticos españoles, ante la decisión de los componentes de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas de ir a las puertas de sus casas a exigirles responsabilidades. Pero quizá sólo se trata de un simple caso de falta de costumbre.Lamentablemente, los diputados y senadores españoles no están habituados a que sus votantes les lean la cartilla directamente. De hecho, viven felices, protegidos por una Ley Electoral que les aleja de la población que les entregó su voto. Una legislación que hace posible la existencia de los llamados 'cuneros' que son políticos que consiguen ser diputados por una provincia en la que a lo mejor sólo han pasado un par de horas en su vida.En estos días, los cada vez más estupefactos ciudadanos españoles han sabido, por ejemplo, que el muy célebre Luis Bárcenas, el polémico ex tesorero del PP, era senador por Cantabria. Un lugar en el que no le conocía nadie. Y no es el único caso. La élite de la política española que se sienta en el Congreso juega con ventaja. Sabe que puede decepcionar a sus votantes tantas veces como quiera. No es a ellos a quien debe el puesto, se lo debe a los líderes de su partido.En otros países, donde las leyes electorales incluyen las circunscripciones nominales, cada diputado se juega el sitio directamente. No hay porcentajes ni puestos en la lista que disputarse. Y quizá por eso se vean obligados a estar siempre a disposición de sus votantes. Que pueden criticarles y exigirles lo que quieran sin necesidad de tener que ir a protestar a las puertas de las casas particulares de sus representantes.Claro que, si se produjera un cambio de este calibre en la Ley Electoral española, iban a cambiar unas cuántas cosas más. Iba a ser imposible que líderes como los que hoy se encuentran al frente de los principales partidos españoles conservaran sus puestos. Si los cargos electos tienen que jugársela ante su propia parroquia cada vez que apoyan con sus votos las decisiones del Gobierno se lo pensarían dos veces antes de depositarlos. Y eso iba a provocar una verdadera revolución.Lo malo para estos diputados que reclaman el derecho a su vida personal es que empiezan a perder también el apoyo de muchos militantes de sus propios partidos. Los pocos que, por cierto, van quedando ya. Estos, cuando acuden a las agrupaciones y se ven obligados a dar la cara ante sus convecinos en representación de unas siglas en momentos tan controvertidos como los actuales, saben lo que es sentir cerca el desencanto, el enfado y la indignación de la ciudadanía. ¿Por qué deberían ser distintos los diputados?

Miedo. Eso dicen tener algunos políticos españoles, ante la decisión de los componentes de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas de ir a las puertas de sus casas a exigirles responsabilidades. Pero quizá sólo se trata de un simple caso de falta de costumbre.

Lamentablemente, los diputados y senadores españoles no están habituados a que sus votantes les lean la cartilla directamente. De hecho, viven felices, protegidos por una Ley Electoral que les aleja de la población que les entregó su voto. Una legislación que hace posible la existencia de los llamados ‘cuneros’ que son políticos que consiguen ser diputados por una provincia en la que a lo mejor sólo han pasado un par de horas en su vida.

En estos días, los cada vez más estupefactos ciudadanos españoles han sabido, por ejemplo, que el muy célebre Luis Bárcenas, el polémico ex tesorero del PP, era senador por Cantabria. Un lugar en el que no le conocía nadie. Y no es el único caso. La élite de la política española que se sienta en el Congreso juega con ventaja. Sabe que puede decepcionar a sus votantes tantas veces como quiera. No es a ellos a quien debe el puesto, se lo debe a los líderes de su partido.

En otros países, donde las leyes electorales incluyen las circunscripciones nominales, cada diputado se juega el sitio directamente. No hay porcentajes ni puestos en la lista que disputarse. Y quizá por eso se vean obligados a estar siempre a disposición de sus votantes. Que pueden criticarles y exigirles lo que quieran sin necesidad de tener que ir a protestar a las puertas de las casas particulares de sus representantes.

Claro que, si se produjera un cambio de este calibre en la Ley Electoral española, iban a cambiar unas cuántas cosas más. Iba a ser imposible que líderes como los que hoy se encuentran al frente de los principales partidos españoles conservaran sus puestos. Si los cargos electos tienen que jugársela ante su propia parroquia cada vez que apoyan con sus votos las decisiones del Gobierno se lo pensarían dos veces antes de depositarlos. Y eso iba a provocar una verdadera revolución.

Lo malo para estos diputados que reclaman el derecho a su vida personal es que empiezan a perder también el apoyo de muchos militantes de sus propios partidos. Los pocos que, por cierto, van quedando ya. Estos, cuando acuden a las agrupaciones y se ven obligados a dar la cara ante sus convecinos en representación de unas siglas en momentos tan controvertidos como los actuales, saben lo que es sentir cerca el desencanto, el enfado y la indignación de la ciudadanía. ¿Por qué deberían ser distintos los diputados?

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