El último o el único banquero

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El último o el único banquero

En estos tiempos que corren lo insólito empieza a ser habitual. Aún así, sorprende que sea Emilio Botín quien haya producido el texto sobre los problemas del sistema financiero que más sentido común exhibe desde una perspectiva política, en general y bancaria, en particular.

El presidente del Santander hacía publica esta semana una pieza de opinión que viene a ser el ‘abc’ del banquero. En su texto, Emilio Botín señala con el dedo acusatorio a los prestidigitadores de las finanzas y reivindica el oficio de banquero como la profesión que fundamentalmente consiste en actuar de intermediador entre unos depositantes, que dan su confianza y entregan sus ahorros para ser gestionados, y unos demandantes de financiación que la reciben y consiguen estos fondos desde las entidades de crédito que administran estos ahorros.

Botín parece decir, con el peculiar estilo que le caracteriza que ya no hay gente que se sepa los principios fundamentales del oficio. Quizá porque la invasión de aquellos jóvenes leones de la ‘play station’, que eran poco menos que comerciales armados con modelos de ‘credit scoring’, mataron a una profesión, siempre controvertida, pero noble cuando se ejerce como mandan los cánones. Eso sí, estos ‘asesinos’ contaron, por supuesto, con la aquiescencia y hasta la tutela de sus mayores para llevar a cabo un crimen que, quizá, ni siquiera planearon ellos.

¿Será verdad que en los bancos no queda nadie que tenga los conocimientos suficientes para dar un crédito y gestionar el riesgo inherente a la operación? Lo que sí es seguro es que, hoy por hoy, falta sabiduría para hacer una gestión de morosos y fallidos verdaderamente efectiva. Y es muy probable que esa sea la causa del agravamiento de un drama social terrible, como el que suponen los desahucios, y de la casi imposibilidad de culminar un proceso efectivo de saneamiento del sistema financiero.

Sería interesante saber, por ejemplo, quien ha sido el personaje despiadado al que se le ocurrió ejecutar el segundo aval de muchas hipotecas en una demostración de impericia y mala fe. Tener claro quienes fueron los padres de esa idea general que nos han ofrecido imágenes tan esclarecedoras de la falta de principios morales de esos empleados capaces de embargar a un abuelo la casa en la que vive y que ya pagó en su juventud porque el nieto fue incapaz de hacer frente al préstamo hipotecario que solicitó.

Sí, los contratos están para cumplirlos y las deudas hay que pagarlas, pero la obligación de un banquero consiste en cumplir el papel que la sociedad le ha asignado. Y ahora los bancos españoles ni garantizan el flujo del crédito, ni la efectiva custodia del ahorro de sus depositantes como ha quedado claro en asuntos tan espinosos como la ‘crisis de las preferentes’.

Entonces, ¿por qué va esa misma sociedad a seguir tolerando que sus derechos y el dinero que acumuló para el futuro se pierdan en el proceso de salvar a quienes han provocado uno de los mayores colapsos económicos de la historia con su falta de profesionalidad?

La costumbre de limitarse a sacarle rentabilidad al agio (administrar el beneficio que se obtiene en los negocios financieros de la diferencia entre el valor nominal y real, presente y futuro en compra o en venta) derivó en que los diccionarios de sinónimos igualen hoy este término con otros de peor reputación como la especulación o la usura. Y alguien debería recordar a los actuales habitantes de la cúpula del sector financiero que cuando en 1492 el rey Fernando el Católico, aquel del yugo y las flechas, aquel que inventó lo que conocemos hoy como lo más parecido al Estado español, decidió expulsar a los judíos, no por judíos, sino por sus prácticas de usura, un tópico justo o injusto que ha sobrevivido durante siglos.

Quizá nada de eso hubiera pasado entonces, ni pasaría ahora, si hubiera verdaderos profesionales en un sector donde todo parece indicar que Emilio Botín es el único y, tal vez, el último banquero que queda.

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