Casi nos habíamos olvidado ya de Cecilia Jiménez, pero ella parece que se niega a renunciar a la popularidad que se ganó a pulso y toque de pincel y reivindica una compensación. ¡Ah, sí! Cecilia Jiménez, para los desmemoriados, es la restauradora, imagino que amateur pero no desinteresada, que unas semanas atrás perpetró una transformación esperpéntica del Eccehomo de Borja, en Aragón. Según los cronistas locales y algún que otro allegado, la mujer está muy afectada por las críticas que premiaron su trabajo, sufre de ansiedad derivada de la injusticia con que se contempla su arte, y apenas sale de casa.
No sale de casa, pero quiere cobrar, quiere participar en los beneficios que está proporcionando la publicidad que está teniendo el adefesio en que dejó convertido el cuadro, una obra de arte más bien del montón, pero obra de arte al fin y al cabo. Aquí el que no corre vuela y el morbo empieza a proporcionar rendimientos a la hostelería local e incluso a una compañía aérea, la inefable y nada recomendable Ryanair, que, quizás para cachondearse aún más evocando el carácter “creativo de la restauración”, anuncia una tarifa especial de doce euros el vuelo a Zaragoza a quienes deseen desplazarse luego a Borja para visitar el engendro que se exhibe en la Iglesia del Sancti Spiritus.
La Fundación propietaria del cuadro ya ha obtenido 2.000 euros, con los que no contaba, derivados de las visitas de curiosos, más bien morbosos, que se acercan a ver como dejó al Eccehomo Cecilia y eso que la tarifa especial de Ryanair aún no ha empezado a aplicarse. Y la autora quiere una parte, cosa lógica además, porque si hubiese hecho una restauración al uso seguramente las visitas y los ingresos que las visitas reportan no habrían aumentado. Para ella es un éxito aunque tenga que lamentar que no se le reconozca. Pero ya se sabe, la gente propende a ser injusta aunque luego lo compense aumentando sus aportaciones al morbo que proporciona cualquier disparate.
