Los chinos están siempre a la que salta. Lo que no venda un chino es que no existe. A España todavía no ha llegado lo último de lo último: el aire enlatado, aire puro se entiende y no el que respiramos en Madrid, impregnado de humos de coches y pestes de los conductores. El aire puro que los chinos se han lanzado a comercializar, de momento en su país y después ya lo exportarán a los nuestros donde es esperado sin ansiedad, carece de contaminación o al menos eso dicen sus envasadores que a la hora de recolectarlo buscan lugares apartados del Tibet o Quinhai, donde no hay chimeneas, para llenar los contenedores.
El promotor del nuevo negocio, cuya materia prima no debe de salir especialmente cara, es un tal Chen Guangbiao del que lo único que sabemos es que debe de ser más listo que el hambre y corre el peligro de pasarse. Entiende Chen que cada vez más vamos a tener que comprar el aire que respiramos si no queremos llenar nuestros pulmones de porquería, igual que de unos años a esta parte ya hacemos con el agua, y será importante elegir bien las reservas que quedan, cada vez menos por cierto, para que la calidad sea la mejor. No es cuestión, argumenta, de que la gente se envenene respirando todo lo que anda flotando por la atmósfera.
Envasar el aire no debe de ser especialmente difícil, lo difícil será tapar bien las latas antes de que se escape. El precio asegura Chen que no es muy caro, pero en fin, según están las cosas el medio euro que cuesta cada lata puede acabar gravando de manera insostenible el presupuesto de las economías más débiles. Dependerá, claro, del consumo de aire puro que se haga, pero teniendo en cuenta que respiramos cada pocos segundos, la impresión es que una lata puede consumirse muy rápido. Los ricos, esos no, no tendrán problemas y podrán proveerse de grandes cantidades y almacenar montañas de latas en los sótanos. Lo peor será para los pobres que mucho me temo tengamos que seguir respirando lo que podemos, o sea, el aire que se nos da gratis por contaminado que se halle.