Formalmente ya han transcurrido cinco años desde que la crisis comenzara a asolar Europa. La receta que se expidió entonces, y que sigue siendo válida, es de una simpleza inigualable: recortar como sea el sector público. Pero el asunto es que transcurrido este tiempo, el enfermo, lejos de recuperarse, no para de empeorar.
Ayer mismo Eurostat publicó los últimos datos sobre la evolución de la economía en la zona del euro: El PIB cayó un 0,2% abril y junio, es decir, a un paso de la recesión. Los campeones, o mejor dicho, quienes mejor lo han llevado han sido Alemania, con tres magras décimas de crecimiento, y Francia, cuya economía se ha estancado. El resto ha visto como sus PIB se deterioraban.
Cuando las generaciones venideras miren este periodo tan singular en los libros de historia, probablemente piensen en qué tipo de patología neuronal pudo haber contagiado a más de 330 millones de usuarios del euro para no cambiar a tiempo una estrategia que no fue capaz de arreglar nada y que de forma sistemática empeoró todo.
Quizás lleguen a la conclusión de que el milagro de la transubstanciación de las pérdidas-deudas del sector privado en déficit público fue asumido por la ciudadanía con una mansedumbre absolutamente sorprendente. En definitiva, las deudas de unos pocos estaban sustituyéndose por deuda de cada uno de los ciudadanos, sin que los gobiernos en general, y el Ejecutivo –o ejecutivos españoles- en particular, lanzasen una estrategia alternativa a la de los mercados, impuesta al margen del control emanado por la soberanía del pueblo, la democrática.
Dicho de otro modo. Estos estudiosos pensarán que esos denominados mercados (una docena de grandes grupos financieros internacionales), metidos hasta las cejas en productos derivados, consiguieron que las facturas de sus errores las acabaran pagando todos los ciudadanos, con la colaboración de unos gobiernos absolutamente incapaces de imponer los intereses del pueblo.
El problema es que con pompas de jabón difícilmente avanzará la economía y si no se regulan este tipo de prácticas al final se acabará produciendo la gran catástrofe. O se consigue generar un crecimiento sostenido y creíble de la economía real, o el mundo desarrollado vivirá tiempos extraordinariamente complicados.
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