La siesta sobrevivirá a la crisis, mal que les pese a algunos fundamentalistas alemanes del stajanovismo. Es una suerte, y lo dice alguien que no es siestero, que los profetas del apocalipsis financiero se hayan contagiado de nuestro pequeño vicio tradicional de la cabezada y la practican robándole minutos a las operaciones en corto. Además, la defensa de la siesta la respaldan muchos científicos que han comprobado que es saludable y benéfica para el rendimiento laboral. Un picazo tras el almuerzo, como dicen los castizos, permite recargar energías y te deja como nuevo para acometer las obligaciones vespertinas.
Bueno, pues que se jodan los que le pongan pegas y si la siesta es un reto a la solución para la crisis, pues que lo sea. También lo es el engorde de algunas carteras de quienes se lucran sin remordimiento de los males ajenos, y nadie les achaca su puñetera manía de enriquecerse. Sólo se vive una vez y mejor vivirla con ciertas concesiones al descanso y al desprecio de los que añoran la esclavitud ajena. Lo que se impone, eso también parece que es verdad, es saber dormir la siesta como Dios manda, es decir, bien, y eso implica renunciar a la teoría celiana de cama, pijama, padrenuestro y orinal.
Enric Zamora, que porta una de las tarjetas de visita más largas que he visto, “Presidente de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria”, es un experto en teoría y práctica de la siesta y estima que la siesta para ser perfecta no debe excederse, porque entonces arruinaría el sueño nocturno, más de media hora. Para que sea más reconfortante tiene que ser con un sueño ligero y relajado, y nada de interrupciones telefónicas ni griteríos infantiles o seniles alrededor.
¡Ah! Y muy importante. El donde. Nada de cama, que eso invita y predispone a otras cosas a menudo más prolongadas y excitantes. Lo mejor, lo más sencillo y accesible: el sofá del salón, con la cabeza acomodada al ángulo de una de las orejas. Lo malo, advierto, es que esa postura a veces puede causar algún problema de cervicales y, eso sí que me consta por mala experiencia, luego ocasiona problemas derivados muy desagradables, como nauseas o mareos. Porque, sabido es que nunca hay mal que por bien no venga. ¿O es al revés?
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