Esta larga crisis financiera que ha mutado en dura crisis económica sin que, cuatro años después de su aparición, aún se sepa con certeza cuándo llegará su fin, ofrece además toda una gama de paradojas y sucesos contradictorios que no dejan de sorprender a los observadores por muy curados de espanto que estén a estas alturas.
Y, en ese contexto, de acontecimientos que alguien hubiera calificado como imposibles no hace tanto, se enmarcan ya unos cuántos episodios inesperados que por el simple hecho de haber ocurrido dan carta de naturaleza a cualquier especulación sobre el futuro que alguien se atreva a realizar.
Por eso, en este continuo fluir de realidades mágicas y prodigiosas, podría resultar muy graciosa que al final se cumplan los pronósticos de los analistas más descreídos y resulte que los antiguos prestamistas internacionales de las grandes empresas españolas, que se han transmutado ahora en medrosos acreedores que buscan la protección del Gobierno alemán para que obligue a los contribuyentes hispanos a garantizarles el pago de lo que se debe, se conviertan en compradores de esas mismas empresas a las que en su momento habían prestado el dinero.
Unas operaciones realizadas en los años de bonanza que ahora son el objeto fundamental del gran problema de la deuda española. Una cuestión difícil de solucionar que, como se sabe, tiene dos vertientes: la constituido por la deuda pública, que se mueve en cantidades asumibles, situadas incluso por debajo de la media de la Unión Europea (UE) y la deuda privada que está completamente fuera de control y presenta un volumen desmesurado, pero que estos prestamistas han tenido la habilidad, como decíamos antes, de obligar al Estado español a hacerse cargo de ella, como avalista subsidiario.
Y entonces, ¿vendrán estos acreedores ahora a adquirir a sus antiguos prestatarios? A lo mejor podrían pagarlas empleando, precisamente, el dinero que reciben por el pago de la deuda ahora que la evolución bajista de los mercados financieros ha situado a muchas compañías hispanas en precios de auténtica ganga.
Quizá lo hagan o quizá no. En cualquier caso, si se produce ese acontecimiento, bienvenido sea, siempre que quien llegue traiga efectivo para invertir. Porque el final de la recesión en España sólo se producirá con la aparición de capitales, que gestionados adecuadamente, generen actividad económica que impulse la creación de empleo.
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¿De prestamistas a compradores?
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