Este Gobierno de Mariano Rajoy está en todo. No se le escapa ni una, es decir, ni una posibilidad de meterle el diente a la cartera de los ciudadanos, da igual que les hayan votado y estén arrepentidos o que hayan preferido respaldar a la oposición y griten que se jodan. Hay que estar a bien con Angela Merkel y complacer a los mercados, aunque luego los mercados se encojan de hombros y sigan aumentando la prima de riesgo que nos conduce a la intervención oficial, la oficiosa ya la sufrimos con los hombres de negro metiendo sus narices en todas las cuentas públicas. Es, sí, un Gobierno en libertad vigilada.
En fin, que ahora estamos la mar de tranquilos – bueno, es un decir – preparándonos para el otoño caliente que se anticipa, y los padres, que no ganan para sustos, acaban de descubrir que este año los libros de texto de sus hijos van a pegar un subidón de órdago a la grande. El IVA, que lo encarecerá todo, ya verán, pasará del cuatro por ciento actual al 21 por ciento, es decir, un diecisiete por ciento más. Es la manera que desde el PP, al menos desde sus ejecutores, contemplan contribuir a que el nivel cultural de los españoles, de por sí ya bajo, aumente.
La educación en España siempre ha dejado mucho qué desear y el Gobierno de Rajoy, que prometía tantas maravillas maravillosas bajo su gestión, va a contribuir a mejorarla encareciendo los libros, empezando por los libros de texto. Muchos padres, que están viendo como les bajan sus salarios, como se quedan si paga extra de Navidad, como les descienden las prestaciones por el desempleo, no van a poder comprarlos. Así de claro. Pero eso a las autoridades del ramo y a sus pares económicos no parece que les inquiete.
Aquí de lo que se trata actualmente no es de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos ni sus perspectivas futuras. Tampoco se contempla producir más y mejorar la evolución de la economía. El objetivo es recaudar más aumentando los impuestos. Cada día hay algo nuevo que desde la fiscalidad golpea nuestras costillas y las de nuestros descendientes. En La Moncloa deberían recordarles la caída de un Gobierno extranjero cuando, después de grabar basta la posesión de mecheros, no tuvo mejor ocurrencia que ponerles un impuesto a las ventanas de las casas que daban a la calle. No lo consiguió: cuando iba a aplicarlo, el Gabinete se derrumbó como un castillo de naipes.






