Cada nuevo descubrimiento que se produce en las investigaciones que se desarrollan a ambos lados del Atlántico sobre la presunta manipulación del índice Libor es más espectacular que el anterior. Resulta impactante que, durante tantos años, un pequeño grupo de financieros de élite, sin ningún control sobre su actividad, decidiera una vez al día con su declaración de intenciones una referencia financiera que decidía del destino de operaciones valoradas en más de 360 billones de dólares, unas 351 veces el Pib español de un año.
Pero así fue y lo que es peor, todos los supervisores bancarios implicados en el proceso, quienes tenían que velar por su fiabilidad y transparencia no sólo sabían de la existencia de muchas de las irregularidades que ahora sólo empezamos a conocer, también estaban convencidos de que con el sistema que se empleaba para fijar el dato, que no respondía en ningún caso a operaciones financieras reales, las posibilidades de manipulación eran infinitas.
Y, sin embargo, no tomaron ninguna decisión al respecto. Ayer mismo, se hicieron públicos unos cuántos correos electrónicos cruzados entre altos responsables de la Reserva Federal de EEUU (Fed) y el Banco de Inglaterra que demuestran como, al menos desde 2007, cualquier iniciativa que se propuso para tomar cartas en el asunto fue rechazada desde el interior mismo de unas autoridades supervisoras que no querían actuar para frenar lo que ya daba la impresión de ser un fraude en toda regla.
Y, ¿por qué no lo hicieron? No hay una explicación posible a mano. Aunque de una lectura de las informaciones disponibles al respecto sí se extrae rápidamente una conclusión: las relaciones entre los principales ejecutivos de la industria financiera y los cargos públicos encargados de supervisarles son excesivamente estrechas. De hecho, las mismas personas pueden aparecer a ambos lados de la línea en diferentes momentos de su vida profesional y comparten agendas, contactos y maneras de funcionar que parecen actuar como un blindaje que siempre favorece a las compañías en detrimento del ciudadano y el contribuyente.
Lo malo es que cada vez parece más evidente que esta no sólo es una impresión de urgencia extraída de una lectura rápida de unas cuántas noticias relacionadas con el escándalo del Libor. Empieza a haber pruebas del impacto que esas relaciones peligrosas ha tenido y tiene sobre lo que ha pasado y está pasando en el transcurso de esta crisis económica global interminable.
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