Uno de los problemas que parece lastrar las acciones del equipo económico del actual Gobierno, liderado por el propio presidente Mariano Rajoy, es el hecho de no haberse dado cuenta de que se ha embarcado en una tarea imposible.
De hecho, excepto para los incondicionales de los oficios relacionados con las penitencias religiosas, los aficionado a la estética sadomasoquista o los seguidores más fanatizados de las proclamas neoliberales de Esperanza Aguirre hacer el esfuerzo de seguir al pie de la letra las indicaciones de los mercados o las recomendaciones del Ejecutivo de Angela Merkel sólo conduce a padecer una buena dosis de sufrimiento estéril.
Sucede que se te penaliza si haces los recortes que se te indicaron porque como consecuencia de ellos se colapsará el crecimiento económico y mermarán tus posibilidades de pagar la deuda y se te penaliza también si no tomas la tijera con fuerza y decisión para podar el gasto público y eliminar por el camino buena parte de los pilares de la cohesión que proporciona el estado del bienestar.
Es una suerte de pescadilla que se muerde la cola o callejón sin salida que puede conducir a los países a soportar una tensión social inaguantable provocada por la acción de unos individuos que hacen su trabajo para obtener beneficios. A nada más. Ni a mejorar la situación de la humanidad, ni a mejorar el mundo, ni a ayudar a España a encontrar un modelo económicos sostenible que le devuelva al camino de la prosperidad.
Su tarea es otra, legítima por otra parte y requiere de las crisis del movimiento y de las incertidumbres que le proporcionen los márgenes y los diferenciales de rentabilidad necesarios para obtener su fines. Los mercados son sólo eso. Un segmento del negocio financiero.
Y, en cuanto a lo que respecta a los actores individuales de este monumental negocio, en su mayoría aspiran sólo a ganar dinero, mucho dinero. Para retirarse luego y, quizá, convertirse en filántropos y benefactores de la humanidad como el muy célebre George Soros, el mítico gestor de un fondo de riesgo que encabezó los ejércitos capaces de sacar a la libra del Sistema Monetario Europeo, aquel viejo mecanismo de fijación de paridades de cambio que antecedió al euro. Una acción que le dio poder, riqueza y gloria y le aseguró un lugar en la historia de estos tiempos turbulentos.
Cuentan para conseguirlo con la certeza de que resultará imposible llenar ese inmenso e inabarcable agujero forjado con un humo y volatilidad que han propiciado la generalización del uso de los derivados financieros en los mercados opacos.









