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S&P respeta el guión

Nadie que conozca mínimamente la morfología interna de ese grupo de compradores y vendedores de activos que hemos dado en denominar mercados puede sorprenderse con la última acción llevada a cabo por la agencia de calificación de solvencia Standard & Poor´s sobre la nota de solvencia de la deuda española.

Los expertos de la compañía rebajaron desde A hasta BBB+ la nota que señala la capacidad que tiene el Estado español de hacer frente a sus deudas. Ese último grupo de letras indica un aprobado alto con perspectiva negativa y sitúa a la deuda del Tesoro sólo dos escalones por encima de la ignominiosa categoría de los bonos basura.

Hay toda una suerte de motivos en el enunciado de esta decisión, desde la elevada tasa de paro, a las bajas perspectivas de crecimiento económico que provocan los recortes aplicados por el Gobierno y que alejan todavía más la posibilidad de que el tejido productivo español cree empleo algún día. También se considera la debilidad de los bancos españoles y el hecho de que es probable que haya que usar dinero público para proceder a su rescate.

Todo un argumentario ya conocido que no puede ocultar la verdadera esencia del trabajo de esta empresa privada que pretende, legítimamente, conseguir beneficios y ayudar a los operadores de los mercados a hacer lo mismo.

Pues al final, los unos y los otros están ahí para eso, para ganar dinero. Sin acritud. Ni les corresponde ni les preocupa ayudar a las naciones a alcanzar la prosperidad, ni explicarles cuál es la mejor forma de aprovechar su capacidad de generar riqueza. Nada de eso.

Ese ente incorpóreo al que hemos atribuido la capacidad de premiar las buenas políticas y castigar los errores, sencillamente no posee esos atributos que le emparentarían con los dioses del Olimpo. Se mueven, sin acritud, en función de sus expectativas de beneficio y se atienen férreamente a ese guión. Los operadores trabajan en eso y eso mismo les exigen sus jefes al final de cada jornada, que hayan multiplicado convenientemente la cantidad de dinero con la que empezaron el día.

Y los trabajadores de esos mercados globales han encontrado en esa clase política que les atribuye poderes sobrenaturales un caldo de cultivo estupendo para llevar a cabo su tarea. Sin supervisores molestos ni regulaciones engorrosas que dificulten su actividad trasnacional.

Y, desde esa inmunidad de la que no goza, hoy por hoy, casi ningún otro estamento, lo mismo pueden plantearse tumbar el euro que llevar a un país a la bancarrota. Y por lo mismo, es sencillamente absurdo buscar soluciones individuales, país a país, para poner freno a esta voracidad aparentemente imparable.

Sólo una decisión política coordinada del poder global encaminada a imponer una reglas de juego justas a los actores de los mercados financieros puede tener éxito ante los retos planteados.

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