En los análisis publicados hasta ahora sobre los Presupuestos Generales del Estado hay al menos un aspecto en el que tienen razón las posiciones más criticas: se ha recortado la inversión y no los gastos generales.
Son los mismos analistas que afirman que estas cuentas son poco imaginativas y aplican la tijera sobre partidas muy sensibles y necesarias para que España no pierdan el tren del desarrollo como las destinadas a la Inversión y Desarrollo, las infraestructuras, la educación, las becas y las políticas activas de empleo.
Es decir, que se recortan todos aquellos que rubros, vistos en su conjunto, aportan cierta esperanza para la mejora del futuro económico del país y, sin embargo, se han mantenido los costes superfluos que constituyen el verdadero problema.
Es cierto que las autonomías gestionan buena parte del dinero destinado a apuntalar el estado del bienestar, con lo que hay que contar con que queda cierto margen de recorte dentro de los límites imperativos con que se enfrentan estos gobiernos regionales que también tienen que reducir gastos sustancialmente pero han afirmado que no pretenden desmontar las prestaciones sociales básicas.
Pero quizá convenga recordar que en estas decepcionantes cuentas del estado, que el Gobierno escondió unos meses para favorecer los interese electorales del PP, no hay otra cosa que lo que podía esperarse.
Estos presupuestos son los que se corresponden con lo que ideológicamente hacen las formaciones políticas conservadoras cuando están en el poder y tienen que dar respuesta a una serie de intereses territoriales que son prioritarios para ellas. Unos grupos políticos que, además, parecen tener una fe muy limitada en la capacidad del sector público para generar riqueza.
En principo, nadie tendría nada que objetar a este planteamiento, puesto que se trata de una opción ideológica que ha sido votada mayoritariamente por los ciudadanos españoles. Otra cosa es que sea legítimo, por supuesto, estar o no de acuerdo con ella.
Y, otra cosa también es pretender que esos entes llamados mercados vayan a responder, de repente, de modo distinto al que a su vez debe esperarse de ellos y dejen de especular contra la deuda española porque les parezcan bien estas cuentas, o la amnistía fiscal o las reformas laboral y financiera.
Nada de esto les importa, ni tiene influencia para que decidan parar la especulación contra la deuda española. Algo que sólo harán, si lo hacen, cuando tengan claro que no pueden ganar dinero con el proceso.